Una primera aclaración es
necesaria para quienes no son amazónicos por nacimiento o elección. El tunchi
es un personaje habitual en el mundo de representaciones de la cultura popular
amazónica, tanto mestiza como indígena. Los pueblos jíbaros, por ejemplo,
identifican con este nombre al hechicero que hace daño disparando virotes
invisibles contra los enemigos que quiere matar. Para todos se trata de un
personaje maligno y dañino, y, por lo mismo, temido, que suele anunciar su paso
con un silbido siniestro.
La decisión de optar por este
título no me ha sido fácil por la competencia con otros que consideré posibles.
Uno de ellos era: “Si usted no tiene dinero, cuide que no lo asesinen”. Si esto
le pasa está fregado, no tanto usted, que ya está muerto y más fregado que esto
no puede estar, pero sí sus deudos. Ellos gastarán el poco dinero que tienen
para nada. La suerte estaba echada por ser pobre. Otro título posible apelaba a
un dicho conocido: “Se dice el pecado pero no el pecador”. Y la verdad es que
al reflexionar sobre el sentido de este refrán a la luz de lo que narro en
estas páginas, recién se me reveló la profunda hipocresía que encierra. Dicho
de otra manera, la sentencia queda así: “reconocemos que se han cometido
asesinatos, robos, estafas (adendas), violaciones y demás crímenes, ¿pero para
qué señalar culpables?”. Lo del rabo de paja es una justificación para no
hacerlo, pero hay otras, como la incomodidad que puede generar en la policía y
el fiscal de un remoto pueblo amazónico (¡con tanto calor!), el tener que
investigar la trama y desenlace de un asesinato ocurrido muy lejos de su sede,
que además tiene como víctima a una persona que es mujer e indígena o
viceversa. Lo mismo da.
En el camino, abogados
solidarios que no lo fueron dejaron pasar plazos, lo cual debe haber alegrado
mucho al fiscal, y nunca insistieron en las pistas que había que seguir para
hacer justicia a la víctima. El fiscal tampoco recordó que tratándose de
delitos penales el agraviado es el Estado y que por tanto, como su
representante, es quien debe asumir la investigación y la sanción del
responsable. En fin, se produjo un tipo de confabulación, posiblemente
inconsciente y solo guiada por la inercia, que dio como resultado que el tema
del asesinato de doña Rosa Andrade fuese olvidado en los cajones de los
escritorios mugrosos, o tal vez limpios, de la policía de Pebas y de la Fiscalía
de Caballococha.
Hay cadáver pero no asesino.
El tunchi es el responsable.
Claro, hay excepciones a esta
dinámica. A veces las cosas funcionan de manera normal, por decir,
acostumbrada. En esos casos, fiscales y jueces evitan la intervención de los poderes
lejanos comandados por fuerzas malignas y declaran inimputable al acusado de un
delito, libre de polvo y paja, mediante razonamientos que ellos conocen y
manejan con maestría.
Doña Rosa Andrade
La comunidad de Nueva
Esperanza está ubicada en el río Yaguasyacu, afluente del Ampiyacu por su
margen izquierda que, a su vez, tributa en el Amazonas. La cuenca pertenece al
distrito de Pebas (Ramón Castilla, región Loreto). Se trata de una comunidad
pequeña compuesta básicamente por dos familias: los Andrade, la principal, y
los Vásquez. Ellas están unidas por lazos de parentesco. Ahí vivió doña Rosa
Andrade Ocagane, de 67 años de edad, hasta el 25 de noviembre de 2016 cuando
fue asesinada.
Doña Rosa era ocaina por parte
de padre, identidad que caracteriza a la comunidad, y resígaro por su lado
materno. Hablaba bora por su esposo, don Vicente Rodríguez, fallecido hace unos
años; y huitoto, otra de las lenguas importantes en la cuenca, además de
castellano, en el que se manejaba con mucha propiedad. Para dar una idea de su
capacidad lingüística debo decir que se trata de lenguas ininteligibles entre
sí. El carácter políglota es frecuente en personas de su generación. Su
hermano, don Pablo, también lo es, al igual que su cuñado, don Carlos Vásquez.
En cambio, las generaciones más jóvenes solo hablan castellano. Argumentan que
esto se debe a que sus padres hablan cada uno una lengua indígena diferente, lo
que los obliga a comunicarse en castellano. Pero esto no es cierto porque el
área toda de asentamiento tradicional de estos pueblos, que cubre desde el
Caquetá por el norte (Colombia) hasta el Putumayo por el sur fue siempre
multilingüe. La pérdida de las lenguas en las generaciones actuales es
posterior a la instalación de las escuelas públicas, después de la segunda
mitad de la década de 1950.
Doña Rosa y su hermano Pablo
eran los dos únicos hablantes de resígaro -lengua del tronco Arawak- que
quedaban sobre la Tierra. Por su exotismo, este dato ha despertado curiosidad
en mucha gente, incluso del extranjero, pero lamentablemente no ha servido para
que se busque justicia por su asesinato. La disminución de personas hablantes
de esta y otras lenguas de dicha zona tiene que ver con la caída demográfica
del pueblo Ocaina que, al igual que los Huitoto, Bora, Andoque y otros,
sufrieron las consecuencias de los crímenes cometidos por los caucheros en el
tránsito del siglo XIX hacia el XX; y por las epidemias que se desataron en la
zona, a raíz del conflicto armado que enfrentó a Colombia y Perú, en 1933, por
la definición de fronteras.
Con su primer esposo, doña
Rosa tuvo dos hijos: Felipe (ya fallecido) y Norma Flores Andrade que vive en
Leticia (Colombia); mientras que con don Vicente tuvo dos más: Cléver, docente,
y Vicente Rodríguez Andrade que vive en Lima.
El relato que presento es
producto de la conversación que tuve con su hermano Pablo, en Iquitos, a
mediados de junio de 2017.
¿Cómo llega el supuesto
asesino? ¿Cómo es que pasó eso? Lo han botado de la comunidad de Estirón de
Cuzco. Lo han sacado. No querían que está en Estirón de Cusco. Entonces ha
venido a Nueva Esperanza. Un señor que trabaja coca, él le recibió y le han
mandado al centro, a su cocal, para que vaya a cultivar su coca. Entonces el
camino pasaba por la chacra de mi hermana. ¡En paz descanse! Por ahí pasaba el
camino. Por eso decimos que nadie, nadie... no había gente extraña que transitó
por ahí. Él nomás el único que podía ser. Unos dos muchachos de Nueva Esperanza
que estaban allá, trabajando allá, cultivando esos cocales que tiene, le vieron.
Estábamos aquí en la comunidad cuando mi hermana se fue casi a las diez de la
mañana, algo por ahí, por el camino que va al centro. Él también se fue a las
diez de la mañana de la comunidad. O sea por su chacra de mi hermana pasaba el
camino que se va allá a los cocales.
Entonces, ese hombre del monte
llegó (regresó)a las seis de la tarde. Él se fue a las diez de la mañana de la
comunidad. ¿Cómo ha llegado a las seis de la tarde si hay dos horas nomás de
allá? Por eso le culpamos a él. No había más. Nadie más, gente particular. No
había otra gente. El único ese hombre que transitó por ahí. Llegó a las seis de
la tarde. Bien preocupado llegó. Entonces los muchachos decían, ¿qué tienes? Y
él no estaba tranquilo. Falta pruebas, dicen, ¿no?, las autoridades. Entonces
el culpable de frente... ¿Quién más? No había más. Y se va a contarles... Dice
a los muchachos “está atacando pelacara (degollador mitológico que equivale al
“pishtaco”)en Esperanza”, dice. Eso se fue a decirles a los muchachos. “Están
atacando los pelacaras”, dice, “a mí señora le han atacado”. Él dijo eso frente
a los muchachos allá, a sus hijos de Fernando Montes. “Están atacando los
pelacaras. A mi señora le han atacado”. Entonces mi sobrina se va a decirme a
las seis, seis y media de la tarde, tío, me dice, mi tía no llega. De
repente... Anda búscale, me dice.
La chacra es a unos veinte
minutos de allí. Me fui, me fui gritando, gritando... Más un rato venían los
muchachos jóvenes con linterna. Yo no veo muy bien. Búscale por ahí. Y han
buscado por la chacra los muchachos, los jovencitos. Nada. Vamos, dijimos.
Hemos vuelto. Más un ratito otra comisión se fueron en busca de ella. Nada. Ya
casi a la una de la madrugada... Entonces planeamos. Vamos a salir a las seis
de la mañana en búsqueda. Y salimos toditos, y a las seis y media la encuentran
en la chacra, ahí donde le han arrojado, unos veinte metros. Está sin cabeza.
Entonces de ese... había una bota (huella) lo que se fue en el camino [por
donde pasó], lo que va a centro. No había más... La policía ha visto. Ahí
cuando se fue hacer levantamiento de cadáver, ahí ha visto. Ahí ha visto. ¡Cómo
será la policía también!... Ahí han hecho levantamiento de cadáver. Ahí han
visto, por aquí se fue (el asesino). Entonces él ha sido, el único... No hay
más.
Él vivía en la comunidad (de
Nueva Esperanza)un mes. Estaba en su casa de Carlos Vásquez. Porque le han
botado de Estirón del Cuzco ha venido a vivir ahí. Le botaron por mala
conducta. Aquí le han recibido cuando le han botado. No tenía hogar (en Nueva
Esperanza). Ahí vivía con Carlós Vásquez el viejo, en su casa, ahí vivía. Un
mes que ha llegado, un mes que está sucediendo (el asesinato). Entonces el
culpable es nada más él. ¿Quién más? No hay nadie más. Él ha sido el único que
transitó por ahí. Él tenía su mujer. Su mujer estaba ahí donde Carlos Vásquez,
y su mujer dice él ha sido. Así ha dicho su mujer. Él ha sido, dice su mujer.
Entonces cuando le velamos a
mi hermana finada, tres días le han llamado al velorio (al supuesto asesino).
No se fue. Se fue otra autoridad a llamarlo: ¡Anda! Dile para que venga al
velorio. No se fue. Tres veces se fueron. La última se fue su sobrino René
Vásquez. Tampoco no se fue. No se fue al velorio. No se fue. Ni su señora. Los
tres días que le hemos velado a mi hermana, no se fueron.
Nosotros lo hemos capturado.
Le pusimos en manos de la policía. Entonces la policía, cuando se fueron... Su
hijo [de doña Rosa] ha venido de Lima. El policía le entregó su arma allá: Si
él ha sido, toma mi arma y mátalo. Así le ha dicho el policía. Pero mi sobrino
Vicente no ha querido. Así le ha dicho el policía: Si él ha sido, toma mi arma
y mátale. Así ha dicho el policía. Vicente es su hijo que está en Lima. Policía
le dijo, ¡mátale, pues! Él no se ha atrevido. Su abogado dice allá en Lima le
ha dicho, no vas a hacer nada como sicario. El policía le ha dado su arma,
¡mátale!
Entonces, ¿cómo podemos hacer?
Su mujer ha dicho él ha sido y la policía no ha investigado eso. La Frida
(Vásquez, sobrina de doña Rosa) es lo que sabe. Llámale a Frida. Ella sabe, ella
trabaja con comunidades. Su tía era mi hermana. Mi sobrina es ella. Es lejana.
Vive de Iquitos, así en Zungaroccha (a 40 minutos de Iquitos).
El hombre (el presunto
asesino)se llama Rubén Mendoza Isuiza. Es un dañado (vago, drogadicto), un
moreno. No es bora ni huitoto, es un moreno. Negro es de Tarapoto. Su señora es
de Estirón de Cuzco, una paisana. Ahí viven boras y ocainas. Ellos no hablan
(lenguas indígenas)ya. Ahora el tipo trabaja en Pebas, del estadio en la
esquinita, donde Armando Vega. En el mismo Pebas. Ahí trabaja.
El fiscal se fue a la
comunidad. Defensoría de la Mujer ha traído al fiscal para que vea, y tampoco
no hace nada, pues. No hace nada el fiscal. Nada. Ellos tienen mucho
conocimiento.
Mi hermana iba a cobrar una
pensión de su hijo que murió al caerse de un segundo piso. Unos dicen que le
han matado a su hijo, el profesor Felipe. Ella iba a cobrar su plata. Eso puede
haber despertado la ambición de alguna persona.
*****
Han pasado nueve meses desde
el asesinato de doña Rosa y los tunchis han jugado su papel acostumbrado. A
quienes la queremos nos queda la seguridad que ella, sonriente, habita ahora el
Olimpo amazónico libre de la hipocresía de malignos personajes.
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