( Francisco Izquierdo
Ríos )
Diez hombres trabajábamos en ese cauchal bajo el
mando de Juan Rengifo de Iquitos, Toribio López de Chachapoyas, Cornelio Ruiz
de Moyobamba y Benjamín Pérez de Saposoa.
Día tras día manejábamos el hacha, el machete y los
tazones para recoger el látex.
¡Oh. La vida de la selva, aburrida y desesperante con
los zancudos fastidiosos que en todo momento nos rodeaban como nubes, el
peligro constante de las víboras, arañas, hormigas y un otorongo que a un
certero disparo de Winchester caía del ramaje gruñendo al pié de nuestras
chozas.
Con Ruperto Maldonado, natural de Juanjuí, nos
hicimos amigos entrañables, me acuerdo de él como si lo estuviera viendo, era
tuerto del ojo izquierdo, era alegre y hacía chistes, era de buen corazón,
además tocaba bien la concertina.
Mi pobre amigo Ruperto, una mañana que andábamos en
busca de caza fue tragado por una boa.
Yo perseguía un sajino cuando escuché un grito
angustioso de mi amigo, corrí, llegué a ver su carabina en el suelo y a la boa
que huía pesadamente con la panza llena.
Comprendí lo que había sucedido y yo que soy un buen
tirador, no es por alabarme, seguí a la boa, le seguía, le seguía hasta que en
sitio despejado le disparé a la cabeza y sin darle tiempo, le descerrajé dos
tiros más a la altura del vientre.
La inmensa boa comenzó a retorcerse y quedó muerta.
Temblando le partí el vientre con mi puñal y ahí
estaba adentro hecho una masa mi amigo Ruperto.
¡Pobre ¡ Ni lloré, en la selva no se llora por nada,
no hice más que encogerme de hombros y exclamar como si fuera un rezo lleno de
resignación fatalista: “Ahora te tocó a ti Ruperto, mañana será a mí.
Envolviendo en anchas hojas la masa que era su amigo,
lo llevó al campamento, todos aceptaron calladamente la desgracia.
Lo enterramos junto a la blanca raíz sobresaliente de
un ojé que parecía una lápida, grabamos allí el nombre del compañero
infortunado, una cruz y la fecha de su muerte.
La boa, pues, echa hilo al hombre y al animal, estos
empiezan a caminar hacia un sitio como si tuvieran los pies adormecidos, hasta
que descubren que la boa les mira intensamente.
Es decir la boa hipnotiza, cuando el hombre o el
animal no le han visto, pero si éstos le descubren primero, pierde como por
arte de magia todo su poder.
La boa hecha hilo con los ojos muy abiertos,
desapareciendo esa fuerza cuando los cierra, allí que la víctima cree por ratos
estar libre, pero no es más que una mera esperanza.
Prece que la boa hallara satisfacción en hacer creer
en una posibilidad de salvación a su presa o es una lucha angustiosa.
Muchos hombres se libran de la muerte por su
serenidad, muerden a la boa en el preciso momento que se enrosca en sus cuerpos
y la boa se desenrosca y abandona a su víctima, muriendo luego a consecuencia
de ello, ya que el mordisco del hombre es venenoso para esta serpiente.
También muchos al sentirse arrastrados, sacan su
puñal y cortan el hilo en cruz, quedando libres de esa fuerza.
Nosotros, por ejemplo agarrábamos a las cría de las boas y las hacíamos
enroscarse en nuestros brazos desnudos.
El
hombre que resiste sin flaquear a una de esas boítas por naturaleza ya forzudos
se vuelve más fuerte.
La fuerza de ella pasa íntegramente a él, sucediendo
lo contrario si es derrotado.
Si resistes, tus brazos quedan duros como el acero.
Hay serpientes que parecen troncos semipodridos, sus
cuerpos están cubiertos de madera donde crecen hierbas y arbustos, caminan
produciendo un ruido como de aguacero.
Yo, una vez me he sentado a picar tabaco en uno de
ellos, creyendo que era un tronco y al sentir que se movía empecé a correr.
Así vivíamos alerta a todo peligro, había que tener
presente que dentro de los ramajes se encontraba la terrible loro-machacuy,
pequeña víbora de veneno muy activo como el de la misma cascabel adheridos a
las hojas estaban las bayucas peladas que producen intensas quemaduras en la
piel y sobre todo pegadas a la corteza de los árboles de copaiba y de jebe las
chicharras machacuy, insectos ciegos con largas y agudas lancetas que pican
volando al azar y no se desprenden del cuerpo de su víctima, sino cuando ésta
ha muerto y matan también a los árboles donde viven.
Quizás por su misma ceguera están dotados de una
asombrosa capacidad sensorial, rápido sienten la presencia del hombre o del
animal y se lanzan al ataque volando locamente en círculos.
Son más temidos que las serpientes, su picadura se
sana únicamente con el acto sexual, en este caso es curioso, si la víctima es
hombre puede hacer uso de la mujer que esté a su lado o encuentre en el camino
y si es mujer, en fin, goza de amplia libertad.
Me estaba olvidando del chullachaqui, es un demonio
que tiene la propiedad de transformarse en todo para tentar al hombre ya sea en
animal, árbol, agua, piedra y en mismo hombre.
Sin embargo cuando toma la figura humana tiene un
defecto, sus pies son desiguales, de ahí su nombre y de ahí también que sea
fácil conocerle, su pie derecho es como de gente normal, no así el pie
izquierdo que es chiquito como el de una criatura recién nacida.
También en forma de pata de tigre.
Siempre nos molestaba en el campamento, en las noches
silbaba, tosía, hacheaba, nos tiraba con palos, levantaba los mosquiteros y
cuando disparábamos nuestras escopetas, se alejaba riendo a carcajadas.
Los caucheros peruanos y brasileños metidos meses y
meses en la selva, se veían obligados acercarse a las bufeas, yo les doy la
razón Uds. comprenderán que estar tanto tiempo sin mujer es una vaina.
Una vez en una clara noche de luna de pronto varias
bufeas de torneados lomos se aproximaban a la orilla jugueteando graciosamente
como niñas.
Mi amigo Ruperto se abalanzó como un loco, sobre una
de ellas y yo hice lo mismo.
La selva, señor, la selva, la selva.
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