lunes, 26 de noviembre de 2018

LA SELVA



                      ( Francisco Izquierdo Ríos )
Diez hombres trabajábamos en ese cauchal bajo el mando de Juan Rengifo de Iquitos, Toribio López de Chachapoyas, Cornelio Ruiz de Moyobamba y Benjamín Pérez de Saposoa.
Día tras día manejábamos el hacha, el machete y los tazones para recoger el látex.
¡Oh. La vida de la selva, aburrida y desesperante con los zancudos fastidiosos que en todo momento nos rodeaban como nubes, el peligro constante de las víboras, arañas, hormigas y un otorongo que a un certero disparo de Winchester caía del ramaje gruñendo al pié de nuestras chozas.
Con Ruperto Maldonado, natural de Juanjuí, nos hicimos amigos entrañables, me acuerdo de él como si lo estuviera viendo, era tuerto del ojo izquierdo, era alegre y hacía chistes, era de buen corazón, además tocaba bien la concertina.
Mi pobre amigo Ruperto, una mañana que andábamos en busca de caza fue tragado por una boa.
Yo perseguía un sajino cuando escuché un grito angustioso de mi amigo, corrí, llegué a ver su carabina en el suelo y a la boa que huía pesadamente con la panza llena.
Comprendí lo que había sucedido y yo que soy un buen tirador, no es por alabarme, seguí a la boa, le seguía, le seguía hasta que en sitio despejado le disparé a la cabeza y sin darle tiempo, le descerrajé dos tiros más a la altura del vientre.
La inmensa boa comenzó a retorcerse y quedó muerta.
Temblando le partí el vientre con mi puñal y ahí estaba adentro hecho una masa mi amigo Ruperto.
¡Pobre ¡ Ni lloré, en la selva no se llora por nada, no hice más que encogerme de hombros y exclamar como si fuera un rezo lleno de resignación fatalista: “Ahora te tocó a ti Ruperto, mañana será a mí.
Envolviendo en anchas hojas la masa que era su amigo, lo llevó al campamento, todos aceptaron calladamente la desgracia.
Lo enterramos junto a la blanca raíz sobresaliente de un ojé que parecía una lápida, grabamos allí el nombre del compañero infortunado, una cruz y la fecha de su muerte.
La boa, pues, echa hilo al hombre y al animal, estos empiezan a caminar hacia un sitio como si tuvieran los pies adormecidos, hasta que descubren que la boa les mira intensamente.
Es decir la boa hipnotiza, cuando el hombre o el animal no le han visto, pero si éstos le descubren primero, pierde como por arte de magia todo su poder.
La boa hecha hilo con los ojos muy abiertos, desapareciendo esa fuerza cuando los cierra, allí que la víctima cree por ratos estar libre, pero no es más que una mera esperanza.
Prece que la boa hallara satisfacción en hacer creer en una posibilidad de salvación a su presa o es una lucha angustiosa.
Muchos hombres se libran de la muerte por su serenidad, muerden a la boa en el preciso momento que se enrosca en sus cuerpos y la boa se desenrosca y abandona a su víctima, muriendo luego a consecuencia de ello, ya que el mordisco del hombre es venenoso para esta serpiente.
También muchos al sentirse arrastrados, sacan su puñal y cortan el hilo en cruz, quedando libres de esa fuerza.
Nosotros, por ejemplo agarrábamos  a las cría de las boas y las hacíamos enroscarse en nuestros brazos desnudos.
El hombre que resiste sin flaquear a una de esas boítas por naturaleza ya forzudos se vuelve más fuerte.
La fuerza de ella pasa íntegramente a él, sucediendo lo contrario si es derrotado.
Si resistes, tus brazos quedan duros como el acero.
Hay serpientes que parecen troncos semipodridos, sus cuerpos están cubiertos de madera donde crecen hierbas y arbustos, caminan produciendo un ruido como de aguacero.
Yo, una vez me he sentado a picar tabaco en uno de ellos, creyendo que era un tronco y al sentir que se movía empecé a correr.
Así vivíamos alerta a todo peligro, había que tener presente que dentro de los ramajes se encontraba la terrible loro-machacuy, pequeña víbora de veneno muy activo como el de la misma cascabel adheridos a las hojas estaban las bayucas peladas que producen intensas quemaduras en la piel y sobre todo pegadas a la corteza de los árboles de copaiba y de jebe las chicharras machacuy, insectos ciegos con largas y agudas lancetas que pican volando al azar y no se desprenden del cuerpo de su víctima, sino cuando ésta ha muerto y matan también a los árboles donde viven.
Quizás por su misma ceguera están dotados de una asombrosa capacidad sensorial, rápido sienten la presencia del hombre o del animal y se lanzan al ataque volando locamente en círculos.
Son más temidos que las serpientes, su picadura se sana únicamente con el acto sexual, en este caso es curioso, si la víctima es hombre puede hacer uso de la mujer que esté a su lado o encuentre en el camino y si es mujer, en fin, goza de amplia libertad.
Me estaba olvidando del chullachaqui, es un demonio que tiene la propiedad de transformarse en todo para tentar al hombre ya sea en animal, árbol, agua, piedra y en mismo hombre.
Sin embargo cuando toma la figura humana tiene un defecto, sus pies son desiguales, de ahí su nombre y de ahí también que sea fácil conocerle, su pie derecho es como de gente normal, no así el pie izquierdo que es chiquito como el de una criatura recién nacida.
También en forma de pata de tigre.
Siempre nos molestaba en el campamento, en las noches silbaba, tosía, hacheaba, nos tiraba con palos, levantaba los mosquiteros y cuando disparábamos nuestras escopetas, se alejaba riendo a carcajadas.
Los caucheros peruanos y brasileños metidos meses y meses en la selva, se veían obligados acercarse a las bufeas, yo les doy la razón Uds. comprenderán que estar tanto tiempo sin mujer es una vaina.
Una vez en una clara noche de luna de pronto varias bufeas de torneados lomos se aproximaban a la orilla jugueteando graciosamente como niñas.
Mi amigo Ruperto se abalanzó como un loco, sobre una de ellas y yo hice lo mismo.
La selva, señor, la selva, la selva.

No hay comentarios: