Hace más de 46 años, Juliane Koepcke fue noticia. Vivió una de las
tragedias aéreas más recordadas del mundo: el avión en que viajaba, junto a su
madre, explotó a más de 3,000 metros de altura en la selva peruana, en medio de
una fuerte tormenta.
La joven de 17 años, limeña de nacimiento e hija de científicos
alemanes, se salvó. Sobrevivió herida y sin comer durante 11 días en la
Amazonía. Ahora dedica su vida a resguardar el ecosistema que la protegió de
una muerte segura.
Única sobreviviente Toma una pausa en su trabajo, en la Colección
Zoológica del estado de Bavaria, en Múnich, donde se desempeña como
investigadora, para hablar con El Peruano. Los detalles de esa experiencia los
tiene a flor de piel. El avión de la compañía Líneas Aéreas Nacionales SA
(LANSA), donde viajaban 92 personas, cayó en medio de la selva y Koepcke fue la
única sobreviviente de esa tragedia aérea en la que también falleció su madre.
“Si hubiera ocurrido en los nevados, sierra, desierto o en el mar,
no habría sido posible sobrevivir”, dice con seguridad. Porque la selva le
resultaba un ambiente familiar: había acompañado durante año y medio a sus
padres, unos biólogos alemanes que vinieron al Perú para instalar la Estación
Biológica Panguana, en la región Huánuco.
Gotas de lluvia “Cuando desperté, tras la caída del avión, escuché a
las ranas, los pájaros, los insectos. Todo era familiar para mí. No era un
infierno verde. Eso me ayudó mucho, fue fundamental para sobrevivir. En esas
noches que estuve completamente sola, juré que si salía de esto con vida, haría
algo que sea útil para la naturaleza y los seres humanos”. Juliane Koepcke
recuerda que cuando el avión cayó, aquel
24 de diciembre de 1971, vísperas de la Navidad, se golpeó la cabeza
fuertemente, y tenía herido el brazo. Estuvo desmayada por varias horas y
cuando despertó, miró las copas de los árboles. Estaba lloviendo. “Lo que vi
ahí era una imagen que conocía de Panguana, y como estaba lloviendo pude lamer
las gotas de la lluvia que caían de entre las hojas de los árboles. Necesitaba
tomar agua. Felizmente era época de lluvia”, cuenta.
Ubicó una de las partes del avión en las que había una bolsa con
caramelos, que le sirvieron de alimento por cuatro días. Jamás pudo hallar a su
madre.
Los consejos de papá
Para Juliane, seguir los consejos de su padre fueron claves. Ella
recomienda: “Lo primero que se debe hacer es mantener la calma y si se
encuentra agua, se debe seguir su cauce para ubicar una quebrada que desemboca
el río y, ahí cerca, se puede encontrar humanos que te pueden salvar”.
Los sonidos de los animales del monte también fueron su guía para
identificar si cerca podría ubicar un riachuelo o una quebrada. De sus últimos
días de sobrevivencia, recuerda que estaba desesperada porque de día hacía
mucho calor y, de noche, mucho frío. Se sentía débil. Ya no podía caminar. Y de
pronto, encontró un bote donde se desmayó, y al despertar visualizó unas
personas: eran unos madereros de la zona que escucharon su historia y le
limpiaron sus heridas y le dieron de comer.
Pasión por la selva
Todos los medios de comunicación de la época la buscaron para
hacerle entrevistas. También recibió cartas de personas de todo el mundo que la
felicitaban y la animaban para que supere la pérdida de su mamá. Toda esa
experiencia dolorosa y aleccionadora a la vez aumentó su pasión por la selva y
las ciencias biológicas. Con esa fuerza, Juliane se encargó de mantener viva la
estación biológica Panguana, un área de la Amazonía dedicada a la conservación
de especies y el estudio de los seres vivos.
El trabajo de Panguana La biodiversidad del Perú la motivó para
realizar sus tesis sobre mariposas y murciélagos. Panguana es un ecosistema muy
particular, con más de 56 especies de murciélagos, cuando en toda Europa sola
hay 27. Es una zona de refugio para muchos animales, que son muy perseguidos
por el hombre y que están en peligro de extinción.
“Este año, con las cámaras automáticas hemos tomado fotos de
jaguares, que casi ya no existen por ahí. Es un éxito muy grande descubrir a
otros animales más como el perro de orejas cortas, que pensamos que ya había
desaparecido”, agrega. La estación biológica Panguana es la más antigua del
Perú. En ella se han realizado estudios sobre biodiversidad, ecosistemas y para
tomar medidas frente al cambio climático.
Aumento de temperatura
Advierte que la deforestación está afectando los ecosistemas. “El
bosque se está secando; el cambio climático es hecho por los hombres: la
temperatura del ambiente ha subido unos 4°C, eso es bastante en promedio y las
quebradas se están secando porque ya no hay la posibilidad de que el bosque
acumule la humedad”. Koepcke recuerda que en los años ochenta, las quebradas
tenían agua todo el año, y ahora se secan en el verano.
Sostiene que los ecosistemas hoy son amenazados por la minería y
tala ilegal que generan mucha deforestación. “¡Está desapareciendo el monte
virgen!”, enfatiza. La selva salvavidas, esa es la consigna de esta
peruanaalemana, y por ello pide tomar más conciencia de ese tema y contribuir
al milagro de preservar el gran paraíso verde.
Estación biológica
El Paraíso de Panguana tiene hoy 800 hectáreas, gracias al trabajo y
perseverancia de Koepcke, el apoyo de su esposo, Erich Diller, y de Carlos
Vásquez Módena, el “Moro”, su fiel colaborador.
Los alemanes Margaretha y Siegfried Stocker, propietarios de una
panificadora ecológica en Alemania, ayudan económicamente a la preservación de
la mencionada estación biológica.
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