Diez
hombres trabajábamos en ese cauchal bajo el mando de Juan Rengifo.
Todos los
días manejábamos el hacha, machete y los tazones para recoger el látex.
¡Oh ¡ La
vida de la selva , aburrida, desesperante. Con los zancudos que nos rodeaban
como nubes espesas, con el peligro constante de las víboras, arañas, hormigas y
de cuando en cuando con la visita de algún otorongo que a un certero disparo de
Winchester caía de las ramas, gruñendo al pie de nuestras chozas.
Veíamos al
sol saliendo únicamente a la orilla de un caudaloso río que corría cerca.
Con
Ruperto Maldonado, natural de Juanjuí nos hicimos amigos entrañables, era
tuerto del ojo izquierdo, siempre estaba alegre y haciendo chistes de todo.
Tocaba la concertina extraordinariamente.
Mi pobre
amigo Ruperto, una mañana estábamos cazando, y fue tragado por una boa.
Yo
perseguía a un sajino, cuando escuché el grito angustioso de mi amigo.
Corrí,
pero llegué a ver su carabina en el suelo y a la boa que huía pesadamente con
la panza llena.
Comprendí
en el acto lo que había sucedido y yo que soy un buen tirador, no es por
alabarme, seguí a la boa carabina en mano, le seguí hasta que en sitio un poco
despejado, arrodillándome le disparé a la cabeza y sin darle tiempo le disparé
dos tiros más a la altura del vientre.
La inmensa
boa al sentir los disparos, se chicoteaba violentamente, se retorcía que brando
ramas, luego quedó muerta.
Le partí
el vientre con mi cuchillo, allá adentro etsba hecho una masa mi amigo mi amigo
Ruperto.
Pobre, ni
lloré, en la selva no se llora por nada y dije: Ahora te tocó a ti Ruperto,
mañana será a mí. Envolviendo en hojas anchas
la masa de mi amigo Ruperto lo
llevé al campamento.
Todos
aceptaron calladamente la desgracia y lo enterraron junto a una blanca raíz
sobresaliente de un árbol de ojé, que parecía una lápida grabando allí el
nombre de Ruperto en una cruz y la fecha de su muerte.
La boa,
pues, echa hilo al hombre, al animal, estos sin poder explicarse que es lo que les pasa, empiezan a caminar
hacia un sitio como si tuvieran los pies y el cuerpo adormecidos hasta que
descubren a la boa que les mira intensamente.
Es decir
la boa hipnotiza cuando el hombre o el animal no le han visto, pero si estos
descubren primero, pierde como por arte de magia todo su poder.
“Echa
hilo” con los ojos muy abiertos, desapareciendo esa fuerza cuando los cierra,
de ahí que la víctimas cree, por ratos estar libre, pero no es más que una mera
esperanza.
Muchos
hombres se libran de la muerte por su serenidad, muerden a la boa, en el
preciso momento que se enrosca en ellos, entonces la boa se desenvuelve y
abandona a su víctima, muriendo después.
El
mordisco del hombre es venenoso para esta serpiente, también muchos al sentirse
arrastrados, cortan en cruz el hilo magnético de la boa con su machete en el
aire quedando libres de esa fuerza.
Como
repito hay que tener valor y serenidad para hacer estas cosas. Nosotros por
ejemplo agarrábamos las crías de las boas y las hacíamos enroscar en nuestros
brazos desnudos.
Si el
hombre resiste sin flaquear a una de esas boítas por naturaleza se vuelven más
fuertes, la fuerza de ella pasa íntegramente a él , sucediendo lo contrario si
es derrotado.
Yo he
tenido la suerte de salir siempre victorioso de esas pruebas, por eso mis
brazos son duros como el acero.
Hay
serpientes viejísimas parecidos a enormes troncos de árboles y están cubiertas
de madera, de cortezas descompuestas y mezcladas con barro, donde crecen
hierbas y arbustos, caminan produciendo un rumor como de lluvia.
Yo una vez
me he sentado a picar tabaco en una de ellas, creyendo que era un tronco y
corrí al sentir que se movía.
Así,
vivíamos alerta a todo peligro. Había que tener presente que dentro de las
ramas confundidas con las hojas se encontraba la víbora “loro machaco” de
veneno muy activo como el de la misma cascabel, adheridas a las hojas estaban
las bayucas peladas que ocasionan intensas quemaduras en la piel, también las
chicharras machacos, insectos ciegos con largas y aguda lanceta en el tórax con
la que pican volando al azar y no se desprenden del cuerpo de su víctima sino
cuando está muerto.
Son más
temidos que las serpientes, su picadura se sana únicamente con el acto sexual,
si la víctima es hombre puede tomar a la mujer que esté a su lado o encuentre en su ruta y si es mujer…en
fin gozan de amplia libertad.
Así se
vivía lejos del mundo.
Los
caucheros peruanos y brasileños encerrados meses y meses en la selva se veían
obligados a acercarse a las bufeas y yo les doy la razón.
Uds.
comprenden que estaban tanto tiempo sin mujer y era una vaina estar solo en esa
selva.
Esa es la
selva, selva misteriosa.
Carlos Velásquez Sánchez
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