En los tres
primeros meses de este 2017 el Perú está siendo castigado por dos catástrofes.
Una de ellas, moral y política, ocasionada por la repulsiva y escandalosa
corrupción de la compañía brasileña “Odebrecht” que ha desnudado la precariedad
moral y cívica de la clase política peruana y de la tecnocracia y, la otra, los
trágicos desastres a causa de los huaicos y desbordes de los ríos con
pérdidas de vidas humanas y destrucción de bienes materiales de la población
más pobre del país y originados por “El Niño Costero”.
Resulta
cruelmente irónico que sea “El Niño Costero” que revele, que ponga al
descubierto, que exhiba, la enorme vulnerabilidad de un país de cultura
milenaria que ha perdido todo indicio de una fundamental cultura de la
previsión. Un país, además, donde los ríos son basureros y donde un
extractivismo desenfrenado y obsceno, con mínimas regulaciones y casi
siempre convertidas en letra muerta por las empresas, está provocando severos e
irreversibles impactos en la naturaleza, en la Madre Naturaleza.Porque el fondo del problema, entre otros, es la atávica subcultura de la imprevisión. Además de la corrupción. Si los organismos del Estado, los gobiernos regionales y municipales, hubieran cumplido su tarea de limpiar los cauces de los ríos, reforestar, prohibir que se conviertan en basureros, entre otras medidas de conservación, las aguas hubieran discurrido normalmente por estos cauces.
Los organismos de evaluación están señalando que sólo en Lima hay 250 mil personas que viven en “áreas de riesgo irreversible”, es decir, en el cauce de los ríos, en las laderas inestables de los cerros y en tierras bajas e inundables. Si estas personas, por su estado de pobreza, imprudencia y otros motivos no pudieron elegir un lugar seguro para instalar sus viviendas, para eso están los municipios, los gobiernos regionales, el Ministerio de Vivienda, para orientarlos y planificar su asentamiento.
La endémica corrupción es otra de las causas de esta tragedia nacional. Todas o la mayoría de las obras de infraestructura construidas en las zonas destruidas por las inundaciones-puentes, canales, pistas, defensas, etc.-han sido mal diseñadas y han utilizado materiales de baja calidad por un acuerdo entre la empresa constructora y los funcionarios del Estado o municipales para tener más utilidades para las coimas. Hay pruebas irrebatibles al respecto.
Con relación a las inundaciones en la Amazonía y sus graves impactos en las poblaciones, las causas son las mismas que en el resto del país. Cada día se arrojan al río Amazonas, en Iquitos, 200 toneladas métricas de aguas servidas. La alta tasa de deforestación en todas las cuencas, provoca con las lluvias la erosión de los suelos que son arrastrados al fondo de los lechos fluviales donde se colmatan y hacen elevar el nivel del lecho de los ríos. Un río que antes tenía una profundidad de 50 metros, ahora tiene sólo 30. La misma precipitación pluvial de antes hoy provoca una inundación diluvial como está ocurriendo ahora en la Amazonía, impactada también drásticamente por el cambio climático.
Tanto los voceros del gobierno, como los políticos y expertos empiezan a debatir sobre la reconstrucción. Se afirma que ésta tiene que ser a largo plazo, que se debe proceder a una renovación urbana, que la Autoridad Nacional del Agua (ANA) debe definir los límites de los cauces de los ríos, límites de las laderas y zonas donde no se pueden construir ni puentes ni viviendas. Ernesto Ráez Luna, un notable experto ha dicho, inteligentemente, que “debemos a convivir con “El Niño” y que la reconstrucción tiene que “adaptativa y preventiva”.
Pero todo eso y mucho más. La reconstrucción no sólo debe ser física y material. Debe haber una reconstrucción de la memoria histórica, de la cultura de la prevención, de la ética política.
El Perú no sólo debe ser físicamente reconstruido. Debe ser refundada como Nación o, como señala Nelson Rubio Candamo, nuevamente fundada.
Por Róger Rumrrill
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