Desde hace
tiempo, el 12 de febrero de cualquier año, es motivo de celebración
del viaje que realizó por el río Amazonas don Francisco de Orellana. La fecha
incluye algún comentario sobre esa proeza, recuerdos de los bravos castellanos
navegantes y hasta algún viaje al pueblo de Orellana. No está mal que se
festeje esa hazaña. Los que se afilian a la visión española tienen el derecho
de conmemorar esa travesía que en realidad acabó luego en una tragedia fluvial.
No fue un triunfo para el occidental que descubrió esa arteria acuática. Fue un
fracaso. El inconveniente ocurre cuando se olvida a los antiguos oriundos que
conquistaron y dominaron el río planetario. Es decir, se pierde la oportunidad
de mencionar siquiera la presencia de aldeas y pueblos asentados a la orilla
del Amazonas. De esa manera se excluye y margina a los que llegaron primero.
La manida
celebración del 12 de febrero es un homenaje, una alabanza a Francisco de
Orellana y sus navegantes improvisados. Así se mutila la otra cara de la
luna, se suprime el papel que jugaron en ese entonces los indígenas. Pero es
posible escribir sobre ese viaje adoptando la visión de los oriundos, gracias a
los datos dejados por Gaspar de Carvajal. Lo primero que se puede decir es que
fue una total sorpresa el arribo de esa nave rústica para los que entonces
habitaban a ambas orillas del enorme río. Ese barco, construido en improvisado
astillero, tenía un diseño extraño y era de todas maneras una amenaza. Las
variadas aldeas, las incontables comarcas, entonces apelaron a las artes
de la comunicación para organizar la resistencia. La guerra, hecho cotidiano,
ocupación de siempre, tenía que desatarse contra esos forasteros que navegaban
sin tregua por aquel río. Se formó así una especie de confederación de
emergencia que echaba al olvido las viejas rencillas entre linajes para iniciar
la guerra contra los advenedizos.
La primera
estrategia que los nativos usaron fue el chamanismo. Ese conocimiento era muy
usado en las batallas y tenía que entrar en acción. Ello ocurrió cuando, de
pronto, aparecieron unas canoas manejados por unos hombres que ejecutaban
extraños movimientos. En realidad, esos extraños movimientos eran ritos o
formas chamánicas que ellos empleaban en su intento de acabar con ese
viaje. Pero el poder convocado fue insuficiente y la nave intrusa siguió
con su ruta. No es excesivo suponer que los chamanes, desde sus lugares en sus
aldeas, siguieron realizando sus ritos para acabar con los desconocidos.
Era el uso del poder más importante que tenía que jugar su papel. Esos intentos
eran de todas maneras fuerzas que se oponían y que ayudaban en las acciones
directas de armas. Las acciones directas de armas pasaron a ser las formas más
visibles de resistencia.
Para los
oriundos de tantas aldeas debió ser una total sorpresa la ambición más marcada
de los navegantes forasteros. Estos no tenían declaradas intenciones de
apoderarse de un bien, de tomar una parcela, de secuestrar hombres o mujeres.
Sobre todas las cosas anhelaban comida. El hambre que sentían era descomunal y
lo único que querían era asaltar mesas o cocinas. Para ello apelaron a la
descarada piratería y después de atracar en las aldeas asaltaban los lugares
donde había bienes gastronómicos. Justamente, después de una embestida a
un lugar donde se asaba carne, los castellanos casi sufren una derrota
definitiva. Fue una emboscada realizada por incontables canoas que lograron
arrinconar al barco. Entonces la salvación para los orellanistas vino de parte
del disparo del arcabuz.
El arcabuz
marcó la diferencia en aquel viaje. Otro hubiera sido el cantar si es que esa
arma no hubiera funcionado con eficacia. Pero la resistencia continuó sin
desmayar y en muchos momentos de esa navegación la situación se puso brava para
los forasteros. Tanto que don Francisco de Orellana decidió navegar por medio
río para evitar el ataque con flechas desde las orillas. La guerra que los
oriundos desataron entonces queda como un testimonio no solo del coraje, de la preparación
bélica de nuestros antepasados, sino de la organización social de esas aldeas
primeras. En muchos pasajes de su relación Carvajal cuenta que algunas aldeas
estaban bien diseñadas y muy pobladas, lo cual revela un grado apreciable de
desarrollo. Otra cosa es la capacidad imaginativa de los oriundos. La noticia
de las amazonas, esas mujeres guerreras que no necesitaban del varón,
marca un hito en la guerra desatada por los antiguos amazónicos contra los
viajeros que vinieron de lejos.
En el fragor de
la guerra contra esos navegantes la presencia de las amazonas es la aparición
del impulso mítico como ayuda y socorro. Algunos indígenas describen a esas
mujeres, pero no logran precisar con exactitud el lugar donde vivían.
Las referencias sobre ellas siempre llevan a un callejón sin salida. Nada
queda claro para el cronista Carvajal que escribe de oídas y que se sintió
atraída por esas damas del bosque. Pero nunca pudo encontrase con ninguna de
ellas. En el fondo del estremecimiento selvático, de la profunda verdad de los
verdores, las amazonas fueron la evidencia del predominio de lo femenino como
salvación de los desastres. Ellas se convirtieron en un momento en los
únicos seres que podían derrotar a los intrusos. Aparecieron cuando ya los castellanos
habían demostrado que eran invulnerables. Aparecieron, pues, como la última
trinchera de la resistencia.
El 12 de
febrero de todos los años se debería también celebrar la vasta guerra de
resistencia de los oriundos. La hazaña de Francisco de Orellana no debe
hacernos olvidar que hubo otra hazaña: la guerra desatada contra los intrusos.
Ello revela que los nativos no eran seres inermes e indefensos que aceptaban
todo. Revela que tenían capacidad de defensa y que tenían planes de
contingencia para enfrentar a los forasteros o enemigos. Esa guerra desatada
también serviría para conocer mejor a las aldeas y a sus habitantes. Así
tendríamos una mejor visión del pasado, de ese tiempo remoto.
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