martes, 16 de abril de 2019

S E L V A


Diez hombres trabajábamos en ese cauchal bajo el mando de Juan Rengifo.
Todos los días manejábamos el hacha, machete y los tazones para recoger el látex.
¡Oh ¡ La vida de la selva , aburrida, desesperante. Con los zancudos que nos rodeaban como nubes espesas, con el peligro constante de las víboras, arañas, hormigas y de cuando en cuando con la visita de algún otorongo que a un certero disparo de Winchester caía de las ramas, gruñendo al pie de nuestras chozas.
Veíamos al sol saliendo únicamente a la orilla de un caudaloso río que corría cerca.
Con Ruperto Maldonado, natural de Juanjuí nos hicimos amigos entrañables, era tuerto del ojo izquierdo, siempre estaba alegre y haciendo chistes de todo. Tocaba la concertina extraordinariamente.
Mi pobre amigo Ruperto, una mañana estábamos cazando, y fue tragado por una boa.
Yo perseguía a un sajino, cuando escuché el grito angustioso de mi amigo.
Corrí, pero llegué a ver su carabina en el suelo y a la boa que huía pesadamente con la panza llena.
Comprendí en el acto lo que había sucedido y yo que soy un buen tirador, no es por alabarme, seguí a la boa carabina en mano, le seguí hasta que en sitio un poco despejado, arrodillándome le disparé a la cabeza y sin darle tiempo le disparé dos tiros más a la altura del vientre.
La inmensa boa al sentir los disparos, se chicoteaba violentamente, se retorcía que brando ramas, luego quedó muerta.
Le partí el vientre con mi cuchillo, allá adentro etsba hecho una masa mi amigo mi amigo Ruperto.
Pobre, ni lloré, en la selva no se llora por nada y dije: Ahora te tocó a ti Ruperto, mañana será a mí. Envolviendo en hojas anchas  la masa de  mi amigo Ruperto lo llevé al campamento.
Todos aceptaron calladamente la desgracia y lo enterraron junto a una blanca raíz sobresaliente de un árbol de ojé, que parecía una lápida grabando allí el nombre de Ruperto en una cruz y la fecha de su muerte.
La boa, pues, echa hilo al hombre, al animal, estos sin poder explicarse  que es lo que les pasa, empiezan a caminar hacia un sitio como si tuvieran los pies y el cuerpo adormecidos hasta que descubren a la boa que les mira intensamente.
Es decir la boa hipnotiza cuando el hombre o el animal no le han visto, pero si estos descubren primero, pierde como por arte de magia todo su poder.
“Echa hilo” con los ojos muy abiertos, desapareciendo esa fuerza cuando los cierra, de ahí que la víctimas cree, por ratos estar libre, pero no es más que una mera esperanza.
Muchos hombres se libran de la muerte por su serenidad, muerden a la boa, en el preciso momento que se enrosca en ellos, entonces la boa se desenvuelve y abandona a su víctima, muriendo después.
El mordisco del hombre es venenoso para esta serpiente, también muchos al sentirse arrastrados, cortan en cruz el hilo magnético de la boa con su machete en el aire quedando libres de esa fuerza.
Como repito hay que tener valor y serenidad para hacer estas cosas. Nosotros por ejemplo agarrábamos las crías de las boas y las hacíamos enroscar en nuestros brazos desnudos.
Si el hombre resiste sin flaquear a una de esas boítas por naturaleza se vuelven más fuertes, la fuerza de ella pasa íntegramente a él , sucediendo lo contrario si es derrotado.
Yo he tenido la suerte de salir siempre victorioso de esas pruebas, por eso mis brazos son duros como el acero.
Hay serpientes viejísimas parecidos a enormes troncos de árboles y están cubiertas de madera, de cortezas descompuestas y mezcladas con barro, donde crecen hierbas y arbustos, caminan produciendo un rumor como de lluvia.
Yo una vez me he sentado a picar tabaco en una de ellas, creyendo que era un tronco y corrí al sentir que se movía.
Así, vivíamos alerta a todo peligro. Había que tener presente que dentro de las ramas confundidas con las hojas se encontraba la víbora “loro machaco” de veneno muy activo como el de la misma cascabel, adheridas a las hojas estaban las bayucas peladas que ocasionan intensas quemaduras en la piel, también las chicharras machacos, insectos ciegos con largas y aguda lanceta en el tórax con la que pican volando al azar y no se desprenden del cuerpo de su víctima sino cuando está muerto.
Son más temidos que las serpientes, su picadura se sana únicamente con el acto sexual, si la víctima es hombre puede tomar a la mujer que esté a su  lado o encuentre en su ruta y si es mujer…en fin gozan de amplia libertad.
Así se vivía lejos del mundo.
Los caucheros peruanos y brasileños encerrados meses y meses en la selva se veían obligados a acercarse a las bufeas y yo les doy la razón.
Uds. comprenden que estaban tanto tiempo sin mujer y era una vaina estar solo en esa selva.
Esa es la selva, selva misteriosa.

Carlos Velásquez Sánchez


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