Escribe: Feliciano Padilla desde la Región Puno.
El libro contiene 18 relatos que abordan diversos temas, pero, unidos por ese gran ambiente amazónico que se deriva de la jungla, los ríos, el lenguaje y esas misteriosas costumbre muy propias de la Gran Patria Amazónica, que es carne y es idea, que es geografía y es alma, que es pasado misterioso y es futuro soñado por generaciones de generaciones.
En general, Darìo Vásquez Saldaña, usa la estrategia de la evocación para retrotraer hechos que han dejado huella en su vida desde la infancia hasta la madurez. No sabría decir si realmente sucedieron los hechos, pero, la técnica que usa produce ese efecto de que alguien està escribiendo sobre su propia vida o sobre todo aquello que toca su vida directa o indirectamente. Por el uso del lenguaje se nos figura un caballero sabio que cuenta historias en un castellano singular y agradable. Singular porque usa palabras que no son habituales en las nuevas generaciones de peruanos. Todavía los hablantes de esa lengua pueden escucharlas en lugares aislados como son algunos pueblos de la Sierra o Selva peruanas que, por su abandono, no han sufrido alteraciones significativas.
Este es el caso del libro que comentamos. Darío Vásquez ha optado por rescatar ese cúmulo de vocablos que ya no se usan y que resulta grato escucharlas nuevamente en la voz de sus personajes o narradores.
Otro rasgo es la amenidad con que cuenta las historias y que se deriva del punto de vista de los narradores. Los relatos, a pesar de estar escritos bajo el cuidado de una técnica lineal aristotélica, no han necesitado de recursos complicados o contemporáneos, para mostrarnos la vida de los habitantes de la Patria Amazónica, sus vivencias plenas de misterios, humor y erotismo que, también, se corresponden con el espíritu alegre y bonachón de los amazonenses, y porque no decirlo, también con la coquetería y la vida, a veces, licenciosa de sus damas. Es que un ambiente tan caluroso como el de la selva no puede expresarse sino en el fuego de sus hermosas mujeres, como Silvia, la personaje insaciable de su relato “La Shicshirrabo” o de María, la exuberante alumna de la Escuela Normal Marcos Duran Martel de Huanuco, personaje principal de su relato “La Carta”.
Sin embargo, no solamente hay relatos de este tipo. Me agrada personalmente otro que se titula “El Cholo”, donde el autor demuestra la comunión hombre-naturaleza como un signo emblemática de su gran cultura. En este relato hay una ternura indecible que satura cada párrafo del texto y que es el fruto de la amistad entre un caballo llamado Cholo y su amo Marcelino, motejado familiarmente como Mashico.
Naturalmente que las relaciones amistosas entre los animales y el hombre no es posible en el mundo occidental; en la selva sì; también en los Andes, donde no es extraño encontrar estos sentimientos que trascienden más allá de la amistad concebida sólo como una relación humana. La historia de este relato hace de que la permanente compañía entre el Cholo y Marcelino, en tanto, viajaban 05 kms. Cada dìa para trasladarse desde Piscoyacu a Saposoa, claro, el Cholo trasladando a Mashico para que estudie en el Colegio de Saposoa.
El clìmax de esta amistad rebasa los límites cuando el Cholo salva de morir a su amo Marcelino en un remolino del rìo Saposoa. En cambio, la ternura alcanza un grado dramàtico en una imagen inolvidable para quienes lean el relato: Marcelino llorando sobre la testa de su caballo que ha ido a morir justo a su puerta de la casa de su amo, quien despierta por el corcoveo de los cascos, pero cuando sale, encuentra que su Cholo está por morir y que antes ha decidido despedirse de su amo.
Marcelino queda con el recuerdo de su amado amigo y el Cholo se lleva en las crines al más allá el cariño hecho lágrimas de Mashico, hermoso relato éste que me ha conmovido fuertemente. Termino mi intervención abrazando a este escritor amazonense que ha venido desde tan lejos para hacernos conocer su obra, para entregarnos en sus textos su propia alma que es el alma de la Gran Patria Amazónica.
El libro contiene 18 relatos que abordan diversos temas, pero, unidos por ese gran ambiente amazónico que se deriva de la jungla, los ríos, el lenguaje y esas misteriosas costumbre muy propias de la Gran Patria Amazónica, que es carne y es idea, que es geografía y es alma, que es pasado misterioso y es futuro soñado por generaciones de generaciones.
En general, Darìo Vásquez Saldaña, usa la estrategia de la evocación para retrotraer hechos que han dejado huella en su vida desde la infancia hasta la madurez. No sabría decir si realmente sucedieron los hechos, pero, la técnica que usa produce ese efecto de que alguien està escribiendo sobre su propia vida o sobre todo aquello que toca su vida directa o indirectamente. Por el uso del lenguaje se nos figura un caballero sabio que cuenta historias en un castellano singular y agradable. Singular porque usa palabras que no son habituales en las nuevas generaciones de peruanos. Todavía los hablantes de esa lengua pueden escucharlas en lugares aislados como son algunos pueblos de la Sierra o Selva peruanas que, por su abandono, no han sufrido alteraciones significativas.
Este es el caso del libro que comentamos. Darío Vásquez ha optado por rescatar ese cúmulo de vocablos que ya no se usan y que resulta grato escucharlas nuevamente en la voz de sus personajes o narradores.
Otro rasgo es la amenidad con que cuenta las historias y que se deriva del punto de vista de los narradores. Los relatos, a pesar de estar escritos bajo el cuidado de una técnica lineal aristotélica, no han necesitado de recursos complicados o contemporáneos, para mostrarnos la vida de los habitantes de la Patria Amazónica, sus vivencias plenas de misterios, humor y erotismo que, también, se corresponden con el espíritu alegre y bonachón de los amazonenses, y porque no decirlo, también con la coquetería y la vida, a veces, licenciosa de sus damas. Es que un ambiente tan caluroso como el de la selva no puede expresarse sino en el fuego de sus hermosas mujeres, como Silvia, la personaje insaciable de su relato “La Shicshirrabo” o de María, la exuberante alumna de la Escuela Normal Marcos Duran Martel de Huanuco, personaje principal de su relato “La Carta”.
Sin embargo, no solamente hay relatos de este tipo. Me agrada personalmente otro que se titula “El Cholo”, donde el autor demuestra la comunión hombre-naturaleza como un signo emblemática de su gran cultura. En este relato hay una ternura indecible que satura cada párrafo del texto y que es el fruto de la amistad entre un caballo llamado Cholo y su amo Marcelino, motejado familiarmente como Mashico.
Naturalmente que las relaciones amistosas entre los animales y el hombre no es posible en el mundo occidental; en la selva sì; también en los Andes, donde no es extraño encontrar estos sentimientos que trascienden más allá de la amistad concebida sólo como una relación humana. La historia de este relato hace de que la permanente compañía entre el Cholo y Marcelino, en tanto, viajaban 05 kms. Cada dìa para trasladarse desde Piscoyacu a Saposoa, claro, el Cholo trasladando a Mashico para que estudie en el Colegio de Saposoa.
El clìmax de esta amistad rebasa los límites cuando el Cholo salva de morir a su amo Marcelino en un remolino del rìo Saposoa. En cambio, la ternura alcanza un grado dramàtico en una imagen inolvidable para quienes lean el relato: Marcelino llorando sobre la testa de su caballo que ha ido a morir justo a su puerta de la casa de su amo, quien despierta por el corcoveo de los cascos, pero cuando sale, encuentra que su Cholo está por morir y que antes ha decidido despedirse de su amo.
Marcelino queda con el recuerdo de su amado amigo y el Cholo se lleva en las crines al más allá el cariño hecho lágrimas de Mashico, hermoso relato éste que me ha conmovido fuertemente. Termino mi intervención abrazando a este escritor amazonense que ha venido desde tan lejos para hacernos conocer su obra, para entregarnos en sus textos su propia alma que es el alma de la Gran Patria Amazónica.
Carlos Velásquez Sánchez
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