Los cajamarquinos viven entre
nosotros pero no nos pertenecen. Son libres como el viento que los transporta
siempre a comarcas cada vez más lejanas. Se van pero vuelven constantemente a
la dulcedumbre de su querencia y terruño.
Durante el Carnaval, beben en la
misma copa la alegría y la amargura. Hacen música de su llanto y se ríen de su
música. Y cantan con los ojos cerrados, y el corazón abierto, como si
estuvieran soñando.
Toman en serio los chistes y
hacen chistes de lo serio. No creen en nadie y, sin embargo, creen en
todo.
¡No se les ocurra jamás discutir con
ellos! Todos los cajamarquinos nacen con sabiduría congénita. No
necesitan leer. ¡Todo lo saben! No necesitan viajar. ¡Todo lo han visto!
Son algo así como el pueblo elegido... por ellos mismos.
Los cajamarquinos se caracterizan
individualmente por su simpatía, alegría e inteligencia y, en grupos, por
su apasionamiento y bullicio.
No se puede precisar a ciencia
cierta si son cajamarquinos, cajachos o cajamarqueses (pues a nadie se le
ocurriría llamar “dinamarquinos” a los daneses).
Aman profundamente a su tierra, son
regionalistas y muy orgullosos de sus costumbres y tradiciones. Saben que
Cajamarca fue el lugar preciso donde Dios besó a la Tierra después de crearla.
Y, además, es el único departamento del Perú que se creó a sí mismo por una
revolución.
Se enorgullecen de haber aplastado
la arrogancia militar chilena en la Batalla de San Pablo durante la Guerra del
Pacífico, de haber protagonizado en 1924 una revolución socialista con Osores,
Benel y Del Alcázar, y de ser la cuna de las rondas campesinas.
Cada uno de ellos lleva en sí la
chispa de los genios y todos sabemos que los genios no se llevan bien
entre sí. Por ello, reunir a los cajamarquinos es fácil, pero unirlos es casi
imposible.
No les hables de lógica, pues eso
implica razonamiento, prudencia y mesura. Y los cajamarquinos son
hiperbólicos, metafóricos y exagerados. Por ejemplo: no te invitan a comer al
mejor restaurante del pueblo, sino al mejor restaurante del mundo.
Cuando discuten, no dicen: “¡No
estoy de acuerdo contigo!”, sino: “¡Estas completamente
equivocado!”
Los cajamarquinos aman tanto la
paradoja y la contradicción que llaman “monstruos” a las mujeres
hermosas y “bárbaros” a los eruditos.
Los cajamarquinos ofrecen soluciones
antes de saber el problema. Para ellos nunca hay problemas. Y consideran que
Cajamarca siempre es más grande que sus problemas.
Todos los cajamarquinos saben qué es
lo que hay que hacer para eliminar el terrorismo, la pobreza, la
corrupción, el hambre, pagar la deuda externa, elegir bien al próximo
presidente peruano y lo que todo país necesita para llegar a ser una potencia
mundial.
Ellos no entienden por qué los demás
no les entienden, cuando sus ideas son tan sencillas. Y no conciben por qué la
gente no conoce sus modismos y su forma peculiar de hablar.
Tienen los ojos llenos de la
hermosura de su paisaje y de sus mujeres. Para ellos, el valle de Cajamarca es
una verde belleza horizontal y la llaman “La Esmeralda de los Andes”.
¡Ah... los cajamarquinos! No puedes
vivir mucho tiempo con ellos, pero también es imposible vivir sin ellos.
Por eso, conócelos, respétalos y
déjalos ser… ¡cajamarquinos!
Carlos
Velásquez Sánchez
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