La esclavitud, a través de los siglos, se extendió como un fenómeno social que no solo tocó el Continente Africano; también lo sufrieron en Asia y Europa, pues constituía una de las fuentes más seguras de ingresos económicos.
Después del descubrimiento del Nuevo Mundo la trata negrera afianzó el comercio triangular entre América, Africa y Europa, pues la mano de obra en las faenas agrícolas y domésticas sustituyó paulatinamente a la aborigen, al extremo de ser considerados, los negros como bienes, muebles susceptibles de compra-venta.
Capturados de modo violento los depositaban en barracones, se les ponía precio según su anatomía y luego los marcaban con hierro al rojo vivo, como si fueran animales. Tras una larga travesía que duraba meses y en condiciones infrahumanas, soportando además enfermedades y mortíferas epidemias llegaban a los puertos peruanos, de donde eran derivados a las Haciendas cañicultoras y de algodón.
En el Perú, las haciendas productoras de caña de azúcar valían según el número de esclavos negros que ostentaban. Se les depositaba encadenados en galpones insalubres y sometidos a castigos ejemplares. Esa historia tendría en la Hacienda Chiclín el inicio tangible de su esperado fin.
“El testamento ológrafo de don Hipólito de Bracamonte”
El 31 de Marzo de 1,848 como heredero de la mitad de los bienes del mayorazgo y en su calidad de Profesor de Leyes del Real Convictorio de San Carlos (Lima) redacta su famoso e histórico testamento. El más célebre documento para la abolición de la esclavitud de los negros de Chiclín.
Este gesto es considerado como el primer grito y a la vez legítimo acto libertario en el Perú, pues se dio mucho antes que Ramón Castilla se atreviera a emancipar a los negros del Perú séis años después. Tan histórico suceso debe entenderse no en la concepción adánica del término sino en el sentido precursor, pues en Europa empezaban a predominar las corrientes humanistas.
Un antecedente que alentó la sublevación de los esclavos del Valle de Chicama.
Encabezados por el mulato Olaya y el mestizo Vaca se reunieron en los pueblos de Chocope y Chicama alternadamente, luego enrumbarían a Trujillo por el camino real (antigua línea férrea) hasta llegar a la Portada de Miraflores (zona del cementerio) intentando proclamar su libertad en la Plaza de Armas. El gobierno de Castilla desplazó una columna de tropa con artillería para restablecer el orden, pero ya el Gral. José María Lizarzaburu había dominado a la esclavatura sublevada y devuelto la tranquilidad a la ciudad que se convulsionó por unos días. Inmediatamente después, Alfonso Gonzáles Pinillos, vocal de la Corte Superior de Trujillo, educado en Inglaterra, dio libertad a 139 esclavos de sus Haciendas ”Cajanleuqe y Nepén”.
En 1,854 Ramón Castilla selló definitivamente la libertad de todos los negros del Perú, pero, no olvidemos, que aún no fue el caso nuestro, el Mariscal Castilla convirtió después a los Pagos por Manumisión en un negociado doloso, pues los esclavistas, aquellos que agraviaron por siglos a miles de seres humanos indefensos fueron favorecidos con sumas de dinero salidas del erario nacional en recompensa por otorgar libertad a sus negros. Eso costó millones.
El terrible trasiego de población negra causado por esta máquina infernal, cuyo monopolio y derecho de asiento se repartió entre flamencos, genoveses y portugueses, muere con todo vestigio colonial. Entendemos que el trauma ideológico que acarreó aún causa estragos en nuestra Sociedad, pero con todo tratamos de convivir como seres comunes.
La vieja y otrora próspera Hacienda Chiclín soporta aún los estragos de la globalización. Los nuevos ”patrones del azúcar” les han impuesto a sus habitantes los denigrantes grilletes de la “esclavitud moderna” llamada desocupación. Por eso cada 31 de Marzo gritaremos con el corazón en la mano la libertad de nuestros hermanos negros y con ellos seguiremos luchando para que el Estado nos devuelva a la vida. ¡Tierra y trabajo!
Daniel Terrones Valverde
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