Hubo un jefe que maltrataba a los profesionales de su jurisdicción. No
tomaba en cuenta la entrega en el trabajo, la responsabilidad, los resultados,
los impactos e indicadores. Tenía oídos solo para sus allegados, que conformaban
una coraza que le encapsulaban. El jefe no podía mirar más allá de los
rostros de los que le rodeaban. Estaba seguro que las voces de aquel
intrépido grupo eran las mejores, que necesariamente representaban las
voluntades de la población, porque así le hacían creer.
Los profesionales contratados tenían que seguir las órdenes de los
integrantes del grupo coraza. El jefe no aparecía para nada, siempre estaba
encapsulado, algo así como con trizas de mito. La gente no podía encontrarse
con él, además, porque no estaba mucho tiempo en su jurisdicción. El poco
tiempo que se encontraba en su sede, mayormente lo pasaba conversando en cuatro
paredes con los miembros del grupo coraza. Los profesionales de alto nivel
tenían necesidad de informarle de los planes, de las propuestas, de las
estrategias; pero nada, pasaban los meses y los años y nada, no era posible
conversar con él. Los profesionales tenían que pasar pruebas ridículas, como:
Dar trabajo a toda persona que el jefe ordenaba “porque apoyó y aportó en la
campaña”. No hay justificación, simplemente se da trabajo. Que éste proyecto
debe iniciarse mañana; “pero no tiene expediente técnico ni plan operativo”;
señor las órdenes del jefe se cumplen. Que el personal de éste proyecto serán
tales y tales personas; “pero no reúnen los requisitos mínimos de formación
técnica profesional”, le repito, las órdenes se cumplen. La proveedora de tales
productos será la señora tal; “pero si ella no vende esos productos”. Hay que
darles materiales de impresión y publicidad a tales personas; “pero es mucho
material y esta oficina no cuenta con más presupuesto”. Como este funcionario
pone muchos peros, los integrantes del grupo coraza lo marginan y hacen llegar
como dardos las informaciones malintencionadas. Tanta gota diaria terminó con
rebasar el vaso. Peor si el funcionario en su corta estancia en el cargo no
hacía llegar los regalitos, no invitaba las comilonas, las borracheras, no se
daba el tiempo de llamar a cada integrante de la coraza todos los días, aunque
sea para saludarles, con tal de que el ego de cada uno esté siempre rebosante,
como espuma de cerveza, porque se trata de personas prácticamente
indispensables. Ah, entonces, este profesional no sirve para la causa, que
importan los grados académicos, los títulos profesionales, la trayectoria
laboral. No, estas cosas no sirven para este grupo coraza, dueños del ámbito.
La recomendación unánime: Este profesional debe irse. Así, este jefe maltrataba
a los profesionales sin ningún tipo de misericordia.
De pronto, su aureola se acrecentó y este jefe fue llamado a ocupar un
cargo de mayor jerarquía. Como tenía el ego espumante, los miembros de la
coraza no dudaron un instante en darle el sabio consejo de aceptar la
propuesta; pues estos integrantes se imaginaban ministros, directores
nacionales, gerentes de empresas multinacionales. No tomarían decisiones
locales, sus experiencias les indicaban que ya estaban preparados para niveles
superiores, que los temas locales les quedaban extremadamente cortos.
Ya en el escenario mayor, no obstante ostentar un alto cargo, el jefe era
mirado como un ratoncito perdido en la tómbola, sin encontrar la punta del
ovillo del hilo. Allí ya no era el jefe máximo, si no dependía de un gran jefe,
quien a su vez tenía sus propios acorazadores. Tal como hizo el jefe en su
jurisdicción, donde los profesionales trataban con los de su entorno y él se
hacía el desaparecido, igual en este nuevo teatro, el jefe no podía presentar
su plan de trabajo, su propuesta al gran jefe, porque simplemente también era
otro inubicable. Pasaba el tiempo, el jefe se desesperaba y no le quedaba otra
alternativa que conversar con los acorazadores del gran jefe. Ellos también le
miraban con malicia, con desconfianza, así como su gente hacía con los
profesionales. Tanto patear al vacío y propinarle puñetes al sillón
acolchonado, el jefe de ayer piensa: El mundo da vueltas. Seguro que así
sufrieron los profesionales en mi zona con mi comportamiento. Realmente es feo.
¿Por qué no he valorado a los profesionales en su verdadera dimensión y en su
debida oportunidad? Estoy pagando lo que hice con otros. El mundo da vueltas.
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