Acabamos de aterrizar en Cusco y ya la cosa se pone
verde. Carlos Nieto, jefe del Parque Nacional del Manu, un
guardaparques cusqueño de 36 años, nos recibe en la sede del Sernanp
en el distrito de Larapa. Carlos quiere mostrarnos un mapa de los
lugares que vamos a recorrer durante los próximos siete días,
guiados por los guardaparques. Nos faltan tres días de viaje hasta
llegar al corazón del Manu, uno por tierra y dos por río, y estamos
impacientes por verlo en su estado más salvaje.
Pero Carlos nos sorprende con un aperitivo
imperdible. Es una flecha de un metro y medio de largo que le cayó
al guardaparques Jesús Kime, de la etnia harakmbut, el año
pasado en el puesto de vigilancia Pusanga. Jesús fue evacuado por
dos días hasta un hospital de Cusco y tuvo que dormir sentado
dos noches con la punta de la flecha entre sus costillas. El puesto
de vigilancia Pusanga tuvo que ser abandonado, tal como lo
ordena el protocolo de los guardaparques cuando sin saberlo
invaden una zona de no contactados. Los no contactados son mashco
piros y se internaron en el monte en la época de la explotación del
caucho, espantados por los abusos del hombre blanco. El Perú es
el segundo país después de Brasil con mayor número de
poblaciones en aislamiento y contacto inicial. Además de los
maschco piros, dentro del parque habitan los machiguenga, los
harakmbut, los wachipaeri, los yine y los yora, organizados en
comunidades nativas y clanes, sumando un poco más de 2 mil
personas. Ellos están prohibidos de talar el bosque con fines
comerciales y de cazar animales con armas de fuego, además de estar
involucrados en actividades turísticas y de protección del bosque.
Manu es resguardado por 27 guardaparques del Servicio
Nacional de Áreas Naturales Protegidas, repartidos en 7 puestos
de vigilancia. Una iniciativa acertada ha incorporado a actores
locales, muchos de ellos nativos, que incluso de manera voluntaria
se enrolan y aprenden a cuidar ese maravilloso bosque de casi
2 millones de hectáreas, entre los 3.800 y 200 m.s.n.m, entre
las regiones Cusco y Madre de Dios.
CONSERVACIÓN EXTREMA
El Manu cumplirá 40 años como Parque Nacional en el 2013, una categoría intangible que le ha permitido mantenerse en un estado tan salvaje, que uno no puede dejar de sentir que ha viajado a la prehistoria. Las investigaciones han determinado que el parque cuenta con más de 3.500 especies de plantas. Su fauna está compuesta por unas 160 especies de mamíferos, más de 800 especies de aves, alrededor de 140 especies de anfibios y 210 de peces, entre otras.
El Manu cumplirá 40 años como Parque Nacional en el 2013, una categoría intangible que le ha permitido mantenerse en un estado tan salvaje, que uno no puede dejar de sentir que ha viajado a la prehistoria. Las investigaciones han determinado que el parque cuenta con más de 3.500 especies de plantas. Su fauna está compuesta por unas 160 especies de mamíferos, más de 800 especies de aves, alrededor de 140 especies de anfibios y 210 de peces, entre otras.
En 1977 la Unesco reconoció su importancia y lo declaró
Reserva de Biosfera, léase: ese último rincón de vida al que
vamos a querer huir todos los seres humanos cuando ya sea demasiado tarde
para entender que lo más importante es cuidar la Tierra.
Dentro del parque hay dos albergues y 6 campamentos
turísticos que funcionan con reglas estrictas y cupos limitados.
Para llegar al corazón del Manu hemos tenido que subir en una
camioneta de doble tracción hasta Paucartambo y desde ahí
hasta Tres Cruces, la zona altoandina del parque, un lugar de
lagunas y neblina, venados, zorros, orquídeas y patos. Desde
Tres Cruces empezamos a bajar por un bosque nuboso de selva
alta, hogar de picaflores, gallitos de las rocas y osos de
anteojos, muy parecido a Machu Picchu, hasta llegar al puesto de
vigilancia Salvación, donde dormimos nuestra primera noche, ya en
la selva tropical. Al día siguiente dejamos la camioneta para
empezar a viajar en bote por los ríos Madre de Dios y Manu y
dormir en los puestos de vigilancia Limonal y Pakitza, en el
corazón del parque más salvaje que yo haya conocido en toda mi
experiencia de exploración amazónica.
Lejos ya de cualquier tipo de civilización, ahí donde no
llega nada ni nadie, los guardaparques Ernesto, Emilio, Eustaquio y
Miguel se dedicarán a llevarnos a conocer, trepar y abrazar
árboles de 500 años, llevarnos en catamaranes por lagunas de aguas
transparentes y deliciosas donde no te puedes bañar aunque te mueras de
calor porque está prohibido que las contamines con tus bronceadores y
repelentes, y también porque nunca sabes en qué momento un cocodrilo
o un cardumen de pirañas deciden que tú les gustas más a ellos que
ellos a ti.
La observación es la experiencia más lujosa que
ofrece el Manu a todos los turistas del mundo, con su interminable
colección de aves, mamíferos como el tapir, los otorongos, los
tigrillos, monos, monitos, monotes y más monos que no se
estresan con la presencia del viajero, y hermosas cochas o lagunas
generosas en nutrias gigantes de agua dulce y temibles lagartos.
Si eres persona y estás en este bosque no te puedes
quedar quieto ni un segundo, hay que moverse todo el tiempo, los
bichos están al acecho. Te pican los zancudos, te pican las abejas,
te pican las avispas. Nunca he visto saltamontes, escarabajos ni
cucarachas tan enormes.
La vida de los guardaparques es un desafío constante. Ya
conocen de picaduras de escorpiones y de flechazos en sus
espaldas. Ellos madrugan, ellos empujan botes, reman, caminan,
acampan, cuidan. Todos dejan a su familia por días y semanas.
Pero tienen mística por lo que hacen. Aman su parque y lo
defienden con orgullo. Cada amanecer es un reto, cada atardecer un
río de gratitud. Cada noche una canción. El presente es un regalo.
(María Luisa del Río)
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