En un país que se vanagloria de democrático,
hay una aldea, conformada por quienes se creen sabiondos, donde campea la mafia
y la corrupción. Las autoridades de hoy son los críticos de las autoridades de
ayer. Aquí, todos los gobiernos se manejan en la mafia y la corrupción; en
cambio, las autoridades de hoy, según los críticos de la ciudad, son los
protagonistas de las mafias más inimaginables y donde todos los actos están
enlodados de corrupción, muy similar a la época de Sodoma y Gomorra. Los nuevos
ingresantes a la aldea, hacen promesa de “cumplir los mandatos del gobierno, sí
o sí”, al margen de los títulos y grado. En suma, en esta aldea, la dignidad de
las personas simplemente no es tomada en cuenta, solo la “orden” del gobierno.
Pero, dentro del manojo gubernamental, hay un “apu”, que según los nuevos
ingresantes, es el que “maneja” al grupo del gobierno, con sus “ideologías
maquiavélicas”, que siempre le dan resultados, favorables a sus intereses. Tal
es así, que la aldea está llena de sus familiares y nadie debe decir nada,
“calla, calla, ahí viene el apu”, se dicen los insignes primerizos ante su
repentina llegada.
En la ciudad hay una comarca, donde viven
también algunos miembros de la aldea. Las órdenes del gobierno de la aldea no
siempre son acatadas por ellos. Entonces el gobierno de la aldea maquina
extender sus poderes a esta comarca.
Se dan las elecciones “democráticas” en la
comarca. El “apu” de la aldea mueve los hilos y con las autoridades de la
comarca negocian el órgano electoral, con ofrecimientos laborales: 2 mayores y
dos menores. Los dos mayores son hijos de la aldea; y por supuesto, reciben las
órdenes del gobierno de la aldea, a cambio de algunas monedas y cargos.
La orden al órgano electoral es precisa: “El
candidato 100 no debe ganar, es peligroso para nuestros intereses. Con él no se
podría cumplir el plan que tenemos para la comarca”.
El órgano electoral cumplió fielmente: Le
quiso asignar 7 números (mientras al otro candidato 1 número). Le denunció ante
las autoridades por hacer publicidad. No le dejó hablar en público, en un
debate abierto, sólo porque quiso exponer con proyector multimedia. No entregó
constancia a su personero. No entregó acta a su personero luego del escrutinio
de mesa. No contabilizó las votaciones en fotografía del candidato 100. El
órgano electoral se encerró por cuatro horas a solas, sin ningún personero,
para el conteo final. Hizo firmar las actas del conteo final después de dos
días de las elecciones.
El órgano electoral superior de la capital
confirma la resolución del órgano electoral, porque dice ve las actas de las
mesas firmadas. “Pero no entregaron a los personeros como dice la norma”
reclama un comarquino. También, confirma porque 2 personeros de 3 existentes
firmaron el acta del conteo final. “Pero, ninguno de los tres personeros estuvo
en el acto de conteo final. Eso lo sabemos y vimos todos los comarquinos”,
increpa alguien. “Además, esos dos firmaron el acta del conteo final, sin estar
en el acto, sino, los hicieron firmar dos días después de las elecciones,
cuando el órgano electoral superior de la capital lo pidió”, aclaró otro. “¿Con
todas estas gruesas irregularidades, el órgano electoral superior de la capital
confirmó la resolución?” Preguntó un incrédulo ciudadano. “Para que usted vea y
comente caballero” responde otro. Y, “¿Cómo va quedar en la historia la vida de
la comarca?”; “Este es el inicio de la corrupción, ojalá algún día, de nuevo
regrese a la vida normal, llena de valores, y ejemplo de moralidad del país”,
añade un ciudadano. “¿Y cómo quedará el órgano electoral?”, “Quedará cargando
su CRUZ, hasta el final de sus días, porque vendió la dignidad y la moral de la
comarca, a cambio de unas monedas o algún cargo en la aldea”. Ahora la comarca
ya es brazo de la aldea. El “apu” se imagina manejando con sobriedad la aldea y
la comarca, con su cáustica risita endemoniada. La mafia y la corrupción siguen
extendiéndose. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde?
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