La celebración de las tradicionales Fiestas de San Juan, San Pedro y San Pablo, son fiestas mestizas con mucho matiz católico, que como legado nos dejara la colonización hispana en nuestra amazonía peruana. Y tiene que ver con el paganismo y la idolatría que como táctica de evangelización lo iniciara la Iglesia Católica Española desde aquellos años que ingresaron al Valle del Alto Mayo denominado “Santiago de los Siete Valles”, a la ciudad más antigua de la región amazónica: Moyobamba.
Al ingresar al mes de Junio, nuestros padres y abuelos se deleitaban para celebrar estas fiestas con gran fervor y entusiasmo de los barrios y grupos organizados en Clubes e Instituciones afines a estas celebraciones. Antuca se llamaba nuestra empleada y ella nos refería que cuando se acercaba el mes de Junio, mis abuelos que vivían con mis padres, cambiaban de semblante y prendas para esperar estas fiestas. Soplaba el viento sanjuanito y el frío golpeaba más a los árboles y toda la región se sumergía en una neblina y algunas veces con chaparrones de lluvia, que luego se oreaba con el sol. Y todos estaban por salir en busca de la ingaina, el bijao y las misturas para la elaboración de los juanes y de la chicha. Toribio iniciaba el delicado trabajo de rehacer el fogón, la barbacoa y confeccionar los cucharones de madera junto al batán. Y si los cántaros y ollas de arcilla estaban ya viejos,pues se confeccionaban unos nuevos.
Mi abuelo no era muy fiestero, pero tenía un nivel religioso de respeto a estas fiestas y le gustaba algunas costumbres de la gente que realizaban en estas celebraciones, tomar el baño en los riachuelos o baños termales en horas de la mañana, luego de una caminata, para luego el juane caliente y con café preparado en casa. Casi siempre los padres obligaban a sus hijos a realizar este paseo de madrugada del 24 y retornar a horas del desayuno a saborear el juane.
Mi padre decía que había una especie de obligación para que cada familia elaborara sus propios juanes para toda una semana y era difícil encontrar juanes en venta en algún lugar. A partir de los años 70, el juane se popularizó un tanto por su elaboración con fines de comercio. Fue perdiendo su matriz ritual y costumbrista, en tanto el disfrutar de ello iba unido a las fiestas de orden religioso.
En mi casa, la empleada tenía que coordinar con mi mamá Enma para colocar una señal a los juanes y así reconocer a quién pertenecía en función a la presa de carne que había en su interior. Había una jerarquía y gusto personal para que el juane tenga un tamaño y una señal para cada miembro de la familia.
El pilado del café en el pilón de madera y con el tradicional mazo, así como el tostado en olla de arcilla era una tarea de los hermanos mayores juntamente con la empleada y tenía que estar listo una semana antes del 24 de Junio. A ello se agregaba el preparado de la chicha y otros comestibles tradicionales. Por las noches vendrían las velaciones en las capillas o iglesias, y se iniciaba un peregrinaje obligado de toda la familia, debiendo pernoctar hasta altas horas de la noche al son de la música vernacular, destacando el arpa.
Con el correr de los años esta costumbre también fue quedando en el olvido y se le reemplazó con las fiestas en los clubes y en locales junto a las capillas, ya no, para danzas o música vernacular, sino para bailar con música totalmente diferente. Ojalá pudiéramos recuperar estos valores y costumbres que van desapareciendo poco a poco, sino PEOR VA A SER.
Carlos Velásquez Sánchez
Al ingresar al mes de Junio, nuestros padres y abuelos se deleitaban para celebrar estas fiestas con gran fervor y entusiasmo de los barrios y grupos organizados en Clubes e Instituciones afines a estas celebraciones. Antuca se llamaba nuestra empleada y ella nos refería que cuando se acercaba el mes de Junio, mis abuelos que vivían con mis padres, cambiaban de semblante y prendas para esperar estas fiestas. Soplaba el viento sanjuanito y el frío golpeaba más a los árboles y toda la región se sumergía en una neblina y algunas veces con chaparrones de lluvia, que luego se oreaba con el sol. Y todos estaban por salir en busca de la ingaina, el bijao y las misturas para la elaboración de los juanes y de la chicha. Toribio iniciaba el delicado trabajo de rehacer el fogón, la barbacoa y confeccionar los cucharones de madera junto al batán. Y si los cántaros y ollas de arcilla estaban ya viejos,pues se confeccionaban unos nuevos.
Mi abuelo no era muy fiestero, pero tenía un nivel religioso de respeto a estas fiestas y le gustaba algunas costumbres de la gente que realizaban en estas celebraciones, tomar el baño en los riachuelos o baños termales en horas de la mañana, luego de una caminata, para luego el juane caliente y con café preparado en casa. Casi siempre los padres obligaban a sus hijos a realizar este paseo de madrugada del 24 y retornar a horas del desayuno a saborear el juane.
Mi padre decía que había una especie de obligación para que cada familia elaborara sus propios juanes para toda una semana y era difícil encontrar juanes en venta en algún lugar. A partir de los años 70, el juane se popularizó un tanto por su elaboración con fines de comercio. Fue perdiendo su matriz ritual y costumbrista, en tanto el disfrutar de ello iba unido a las fiestas de orden religioso.
En mi casa, la empleada tenía que coordinar con mi mamá Enma para colocar una señal a los juanes y así reconocer a quién pertenecía en función a la presa de carne que había en su interior. Había una jerarquía y gusto personal para que el juane tenga un tamaño y una señal para cada miembro de la familia.
El pilado del café en el pilón de madera y con el tradicional mazo, así como el tostado en olla de arcilla era una tarea de los hermanos mayores juntamente con la empleada y tenía que estar listo una semana antes del 24 de Junio. A ello se agregaba el preparado de la chicha y otros comestibles tradicionales. Por las noches vendrían las velaciones en las capillas o iglesias, y se iniciaba un peregrinaje obligado de toda la familia, debiendo pernoctar hasta altas horas de la noche al son de la música vernacular, destacando el arpa.
Con el correr de los años esta costumbre también fue quedando en el olvido y se le reemplazó con las fiestas en los clubes y en locales junto a las capillas, ya no, para danzas o música vernacular, sino para bailar con música totalmente diferente. Ojalá pudiéramos recuperar estos valores y costumbres que van desapareciendo poco a poco, sino PEOR VA A SER.
Carlos Velásquez Sánchez
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