La mayoría de nuestros agricultores no poseen las competencias necesarias para hacerlo; es decir falta conocimientos, habilidades, actitudes y hasta valores orientados al autodesarrollo. Desafortunadamente, la desinformación forma parte de esta gran mayoría, pues, los conocimientos que padres agricultores transfirieron a sus hijos ya está desactualizados y son insuficientes para sobrevivir económicamente en una agricultura moderna y globalizada. Aquí juega un papel muy importante las Escuelas Rurales. Gran parte de los contenidos curriculares no tienen ninguna aplicación en la solución de la problemática cotidiana de los educandos, sean familiares, laborales o comunitarios.
Los docentes deberían obviar contenidos irrelevantes y proporcionar a los niños conocimientos para forjar agricultores emprendedores, mejores padres/madres, mejores ciudadanos, empleados más eficientes y miembros más solidarios y participativos de su Comunidad, borrando el impresionante desencuentro entre lo que esas escuelas rurales enseñan y aquello que los alumnos realmente necesitan aprender.
Los servicios públicos de extensión rural, que podrían y deberían contrarrestar la debilidad educativa en mención están contaminados por las interferencias políticos partidarias, burocráticas y excesivamente centralizadas. Con tales restricciones, los extensionistas, dedican más tiempo a burocratizar en las oficinas que a capacitar a los agricultores. Por otro lado, algunos de ellos no están en condiciones técnicas para corregir los errores cometidos por los agricultores, ni solucionar su problemática.
Las Facultades de Ciencias Agrarias están excesivamente “urbanizadas” y desconectadas de la realidad concreta de los productores rurales y de los potenciales empleadores de sus egresados. La mayoría de los docentes no tiene un adecuado conocimiento vivencial de los problemas agrícolas y rurales. La enseñanza es muy teórica y de laboratorio, se debería complementar y validar con actividades prácticas en las Comunidades, en las Agroindustrias y mercados rurales, solo así se reorientará la formación de los estudiantes.
Adicionalmente, a pesar que en la prédica se propone el desarrollo rural con equidad y sin exclusiones, las escuelas superiores de agricultura priorizan y enfatizan la enseñanza de tecnología sofisticada y de alto costo que beneficia interesa a un 5 ó 10% de los agricultores de avanzada, despreciando las necesidades concretas, de un 90 ó 95%.
Los productores rurales requieren de tecnologías sencillas y de bajo costo, para que sean compatibles con los escasos recursos económicos que ellos disponen. Se suma a ello las pocas oportunidades que el universitario tiene para desarrollar su ingenio en la creación de soluciones más pragmáticas y adecuadas a las diversas condiciones físico-productivas de los agricultores. Tampoco tiene la oportunidad de ejecutar con sus propias manos las actividades más elementales y rutinarias realizadas por los agricultores.
En tales condiciones ¿Cómo podrán enseñar a los agricultores a sembrar, regular una sembradora o cosechadora, podar, injertar, ordeñar una vaca o procesar productos de manera correcta? Con tantas debilidades en la formación de los egresados ¿Cómo esperar que los servicios de extensión rural sean eficientes y promuevan cambios en la agricultura?.
Con todo esto, se continúa formando egresados para el desempleo y ello ocurre no necesariamente por que la demanda es insuficiente, sino porque la oferta es inadecuada a las reales necesidades de los demandantes del mundo moderno.
Afortunadamente la corrección y eliminación de la mayoría de las ineficiencias descritas dependen en gran medida de la decisión y voluntad personal de los docentes y extensionistas. Al contrario de lo que suele afirmarse, la corrección de estas distorsiones no depende de altas decisiones. Las medidas que realmente dependan de ayuda externa podrán ser postergadas para que, en lo inmediato, los educadores se concentre en corregir lo que está a su alcance.
Esta es la gran prioridad. Mientras no hagamos cambios en nuestro sistema educacional rural, sencillos y de bajo costo; pero, altamente eficaces y de enorme efecto multiplicador y emancipador, todos los grandes proyectos de combate a la pobreza rural seguirán fracasando y los gigantescos recursos en ellos aplicados seguirán siendo derrochados; tal como ha ocurrido y ocurre en América Latina por la siguiente razón de fondo: Los afectados por la pobreza rural no pueden solucionar sus problemas, muchísmo más debido a la inadecuación de sus conocimientos que a la supuesta falta de recursos materiales y financieros.
Carlos Velásquez Sánchez
Los docentes deberían obviar contenidos irrelevantes y proporcionar a los niños conocimientos para forjar agricultores emprendedores, mejores padres/madres, mejores ciudadanos, empleados más eficientes y miembros más solidarios y participativos de su Comunidad, borrando el impresionante desencuentro entre lo que esas escuelas rurales enseñan y aquello que los alumnos realmente necesitan aprender.
Los servicios públicos de extensión rural, que podrían y deberían contrarrestar la debilidad educativa en mención están contaminados por las interferencias políticos partidarias, burocráticas y excesivamente centralizadas. Con tales restricciones, los extensionistas, dedican más tiempo a burocratizar en las oficinas que a capacitar a los agricultores. Por otro lado, algunos de ellos no están en condiciones técnicas para corregir los errores cometidos por los agricultores, ni solucionar su problemática.
Las Facultades de Ciencias Agrarias están excesivamente “urbanizadas” y desconectadas de la realidad concreta de los productores rurales y de los potenciales empleadores de sus egresados. La mayoría de los docentes no tiene un adecuado conocimiento vivencial de los problemas agrícolas y rurales. La enseñanza es muy teórica y de laboratorio, se debería complementar y validar con actividades prácticas en las Comunidades, en las Agroindustrias y mercados rurales, solo así se reorientará la formación de los estudiantes.
Adicionalmente, a pesar que en la prédica se propone el desarrollo rural con equidad y sin exclusiones, las escuelas superiores de agricultura priorizan y enfatizan la enseñanza de tecnología sofisticada y de alto costo que beneficia interesa a un 5 ó 10% de los agricultores de avanzada, despreciando las necesidades concretas, de un 90 ó 95%.
Los productores rurales requieren de tecnologías sencillas y de bajo costo, para que sean compatibles con los escasos recursos económicos que ellos disponen. Se suma a ello las pocas oportunidades que el universitario tiene para desarrollar su ingenio en la creación de soluciones más pragmáticas y adecuadas a las diversas condiciones físico-productivas de los agricultores. Tampoco tiene la oportunidad de ejecutar con sus propias manos las actividades más elementales y rutinarias realizadas por los agricultores.
En tales condiciones ¿Cómo podrán enseñar a los agricultores a sembrar, regular una sembradora o cosechadora, podar, injertar, ordeñar una vaca o procesar productos de manera correcta? Con tantas debilidades en la formación de los egresados ¿Cómo esperar que los servicios de extensión rural sean eficientes y promuevan cambios en la agricultura?.
Con todo esto, se continúa formando egresados para el desempleo y ello ocurre no necesariamente por que la demanda es insuficiente, sino porque la oferta es inadecuada a las reales necesidades de los demandantes del mundo moderno.
Afortunadamente la corrección y eliminación de la mayoría de las ineficiencias descritas dependen en gran medida de la decisión y voluntad personal de los docentes y extensionistas. Al contrario de lo que suele afirmarse, la corrección de estas distorsiones no depende de altas decisiones. Las medidas que realmente dependan de ayuda externa podrán ser postergadas para que, en lo inmediato, los educadores se concentre en corregir lo que está a su alcance.
Esta es la gran prioridad. Mientras no hagamos cambios en nuestro sistema educacional rural, sencillos y de bajo costo; pero, altamente eficaces y de enorme efecto multiplicador y emancipador, todos los grandes proyectos de combate a la pobreza rural seguirán fracasando y los gigantescos recursos en ellos aplicados seguirán siendo derrochados; tal como ha ocurrido y ocurre en América Latina por la siguiente razón de fondo: Los afectados por la pobreza rural no pueden solucionar sus problemas, muchísmo más debido a la inadecuación de sus conocimientos que a la supuesta falta de recursos materiales y financieros.
Carlos Velásquez Sánchez
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