“En honor a los nativos y policías asesinados y heridos el 5 de junio del 2009”
Baguazo 1: Defensa del Territorio
Escribe: Rubén Reátegui Sánchez
En la navidad del 2007, mientras le preguntaba a mi padre por el compadre Avelino y nuestros amigos quechuas de Sisa y de los pueblos del Mayo en Lamas, le comentaba la desazón que me había causado el artículo “El síndrome del perro del hortelano” del Presidente García. Presentía que algo grave se traía en mente este último converso al neoliberalismo premoderno, cuyas tesis centrales planteadas en dicho artículo, se plasmaron luego en los Decretos Legislativos (DL) que derivaron en la protesta de AIDESEP y sus bases, las comunidades nativas de la amazonía.
Hago referencia a esa conversación con mi padre, para significar que en esta región siempre hubo relaciones sociales de convivencia que podríamos calificar de horizontales entre mestizos e indígenas, y ambos, en armonía con la naturaleza. Sucede pues que a diferencia de la Sierra y la Costa, en la Selva nunca hubo latifundios ni gamonales con relaciones serviles que explotaran y condenaran a vivir en barracas a los indígenas. Lo que siempre hubo y aún conviven en la Amazonía son sus comunidades originarias, la pequeña propiedad agropecuaria y florecientes cooperativas de café y cacao, a cuyas dos últimas formas de propiedad se han ido incorporado los miles de inmigrantes andinos y costeños que siguen llegando en busca de tierras para producir y un mejor porvenir. En todo caso, todas ellas mantienen aún un espacio de producción y utilizan el trabajo comunal del “choba-choba” o el asalariado de manera estacional.
Cada una de las etnias originarias de la Amazonía, conquistaron “a sangre y pucunazo” su propio espacio territorial y establecieron en él sus comunidades nativas, mucho antes de que llegaran los españoles al Perú, quienes por lo demás no pudieron nunca conquistar la Selva ni menos doblegar a sus guerreros indígenas. Es recién a partir de la segunda mitad del siglo pasado, con la llegada de la “modernidad” y las carreteras, que las comunidades nativas comienzan a ceder terreno ante la invasión de los inmigrantes, ven achicar su hábitat por la deforestación de los bosques, se topan diariamente dentro de su territorio con buscadores de madera fina, oro y petróleo, en algunos casos alquilan parte de sus mejores tierras para el cultivo del arroz (Awajún del Alto Mayo), y en todos los casos obtienen ingresos monetarios por lo que cultivan o extraen de sus bosques.
Sin embargo, los muy limeños neoliberales creen que al igual (o a diferencia) que los desiertos de la Costa o los páramos de la Sierra, en la Amazonía hay “millones de hectáreas de tierras agrícolas y forestales improductivas, que no se ponen en valor por la falta de dinero”, custodiadas por unos cuantos “perros del hortelano” que no dejan ingresar a los empresarios con capitales para “ponerlos a trabajar” y dar trabajo a otros (como peones asalariados) en la explotación de sus recursos. Premunidos de esa ideología, propia de aquel capitalismo premoderno que deforestó las selvas de otros lugares en un par de siglos (lo que no destruyó el hombre en miles de años), sostienen que la única forma de “desarrollar” la Amazonía es a través de grandes latifundios agrícolas, madereros y mineros en medio del bosque, que deberían ser entregados en propiedad o en concesión a los que “ponen el billete” (que es un decir, porque mayormente son los amigotes del poder político), garantizados por la Ley y COFOPRI.
Justamente, en medio de la discusión sobre los DL en cuestión, los Wampis y Awajún de Amazonas-Bagua descubren que una serie de concesiones petroleras y mineras han sido adjudicadas sin consultarles en sus territorios de la Cordillera del Cóndor. Asimismo, en el 2007, los pobladores de Barranquita en San Martín descubren que 10,000 hectáreas de bosques primarios de su posesión, que ellos conservaban como áreas forestales y de protección en concordancia con la zonificación ecológica hecha por diversas entidades del Estado, estaban siendo taladas porque habían sido adjudicadas (a 17.50 y 150 soles la hectárea) a dos empresas del grupo Romero para implantar el cultivo de palma aceitera. Y hace unos días, la revista del periodista César Hildebrandt denuncia con pruebas documentadas, que desde el 2007 el gobierno ha vendido 51,700 hectáreas de la Región Ucayali (un pedazo más grande que Guam o Andorra) a un conglomerado de empresas chilenas del Grupo SEM, a menos de S/. 100 la hectárea (Hildebrandt en sus trece Nº 6 del 28/05/2010).
En la Selva, un solo árbol vale más que las ridículas sumas cobradas por hectárea a esas empresas. Pero al margen de esa “pequeñez”, lo que realmente están en juego en la Amazonía son las más grandes reservas de biodiversidad, agua y oxígeno del mundo, es decir, los más grandes negocios del siglo XXI: Las millonarias ventas por investigación genética, y el cobro de millonarias sumas por ayudas en bonos de carbono del Protocolo de Kyoto. Y eso lo podría hacer el Perú y la propia población de la Amazonía, incluso solo conservando sus bosques. Pero, lamentablemente, en este país tenemos “una clase dirigente” con rezagos de desprecio racista hacia los indígenas, que no cree en las capacidades de nuestra gente y que solo piensa en su bolsillo.
Afortunadamente, tenemos también una población nativa que sabe defender su territorio, sus bosques, su cultura y su propia vida. Ese y no otro fue el objetivo central de las movilizaciones indígenas amazónicas del 2008 y el 2009. Y ese es el primer significado de la victoria que han logrado con la derogatoria de los DL de “el perro del hortelano”. Ahora, nos queda la carga de formular una vía propia de desarrollo de la Amazonía, inserta en el mundo de manera equitativa y próspera. Por fortuna, contamos en esta tarea con brillantes e influyentes aliados en la comunidad internacional, con científicos, intelectuales, políticos y empresarios modernos, que andan pensando como nosotros en el futuro de la humanidad.
Tarapoto, 05 de junio de 2010.
Soc. Rubén Reátegui Sánchez
En la navidad del 2007, mientras le preguntaba a mi padre por el compadre Avelino y nuestros amigos quechuas de Sisa y de los pueblos del Mayo en Lamas, le comentaba la desazón que me había causado el artículo “El síndrome del perro del hortelano” del Presidente García. Presentía que algo grave se traía en mente este último converso al neoliberalismo premoderno, cuyas tesis centrales planteadas en dicho artículo, se plasmaron luego en los Decretos Legislativos (DL) que derivaron en la protesta de AIDESEP y sus bases, las comunidades nativas de la amazonía.
Hago referencia a esa conversación con mi padre, para significar que en esta región siempre hubo relaciones sociales de convivencia que podríamos calificar de horizontales entre mestizos e indígenas, y ambos, en armonía con la naturaleza. Sucede pues que a diferencia de la Sierra y la Costa, en la Selva nunca hubo latifundios ni gamonales con relaciones serviles que explotaran y condenaran a vivir en barracas a los indígenas. Lo que siempre hubo y aún conviven en la Amazonía son sus comunidades originarias, la pequeña propiedad agropecuaria y florecientes cooperativas de café y cacao, a cuyas dos últimas formas de propiedad se han ido incorporado los miles de inmigrantes andinos y costeños que siguen llegando en busca de tierras para producir y un mejor porvenir. En todo caso, todas ellas mantienen aún un espacio de producción y utilizan el trabajo comunal del “choba-choba” o el asalariado de manera estacional.
Cada una de las etnias originarias de la Amazonía, conquistaron “a sangre y pucunazo” su propio espacio territorial y establecieron en él sus comunidades nativas, mucho antes de que llegaran los españoles al Perú, quienes por lo demás no pudieron nunca conquistar la Selva ni menos doblegar a sus guerreros indígenas. Es recién a partir de la segunda mitad del siglo pasado, con la llegada de la “modernidad” y las carreteras, que las comunidades nativas comienzan a ceder terreno ante la invasión de los inmigrantes, ven achicar su hábitat por la deforestación de los bosques, se topan diariamente dentro de su territorio con buscadores de madera fina, oro y petróleo, en algunos casos alquilan parte de sus mejores tierras para el cultivo del arroz (Awajún del Alto Mayo), y en todos los casos obtienen ingresos monetarios por lo que cultivan o extraen de sus bosques.
Sin embargo, los muy limeños neoliberales creen que al igual (o a diferencia) que los desiertos de la Costa o los páramos de la Sierra, en la Amazonía hay “millones de hectáreas de tierras agrícolas y forestales improductivas, que no se ponen en valor por la falta de dinero”, custodiadas por unos cuantos “perros del hortelano” que no dejan ingresar a los empresarios con capitales para “ponerlos a trabajar” y dar trabajo a otros (como peones asalariados) en la explotación de sus recursos. Premunidos de esa ideología, propia de aquel capitalismo premoderno que deforestó las selvas de otros lugares en un par de siglos (lo que no destruyó el hombre en miles de años), sostienen que la única forma de “desarrollar” la Amazonía es a través de grandes latifundios agrícolas, madereros y mineros en medio del bosque, que deberían ser entregados en propiedad o en concesión a los que “ponen el billete” (que es un decir, porque mayormente son los amigotes del poder político), garantizados por la Ley y COFOPRI.
Justamente, en medio de la discusión sobre los DL en cuestión, los Wampis y Awajún de Amazonas-Bagua descubren que una serie de concesiones petroleras y mineras han sido adjudicadas sin consultarles en sus territorios de la Cordillera del Cóndor. Asimismo, en el 2007, los pobladores de Barranquita en San Martín descubren que 10,000 hectáreas de bosques primarios de su posesión, que ellos conservaban como áreas forestales y de protección en concordancia con la zonificación ecológica hecha por diversas entidades del Estado, estaban siendo taladas porque habían sido adjudicadas (a 17.50 y 150 soles la hectárea) a dos empresas del grupo Romero para implantar el cultivo de palma aceitera. Y hace unos días, la revista del periodista César Hildebrandt denuncia con pruebas documentadas, que desde el 2007 el gobierno ha vendido 51,700 hectáreas de la Región Ucayali (un pedazo más grande que Guam o Andorra) a un conglomerado de empresas chilenas del Grupo SEM, a menos de S/. 100 la hectárea (Hildebrandt en sus trece Nº 6 del 28/05/2010).
En la Selva, un solo árbol vale más que las ridículas sumas cobradas por hectárea a esas empresas. Pero al margen de esa “pequeñez”, lo que realmente están en juego en la Amazonía son las más grandes reservas de biodiversidad, agua y oxígeno del mundo, es decir, los más grandes negocios del siglo XXI: Las millonarias ventas por investigación genética, y el cobro de millonarias sumas por ayudas en bonos de carbono del Protocolo de Kyoto. Y eso lo podría hacer el Perú y la propia población de la Amazonía, incluso solo conservando sus bosques. Pero, lamentablemente, en este país tenemos “una clase dirigente” con rezagos de desprecio racista hacia los indígenas, que no cree en las capacidades de nuestra gente y que solo piensa en su bolsillo.
Afortunadamente, tenemos también una población nativa que sabe defender su territorio, sus bosques, su cultura y su propia vida. Ese y no otro fue el objetivo central de las movilizaciones indígenas amazónicas del 2008 y el 2009. Y ese es el primer significado de la victoria que han logrado con la derogatoria de los DL de “el perro del hortelano”. Ahora, nos queda la carga de formular una vía propia de desarrollo de la Amazonía, inserta en el mundo de manera equitativa y próspera. Por fortuna, contamos en esta tarea con brillantes e influyentes aliados en la comunidad internacional, con científicos, intelectuales, políticos y empresarios modernos, que andan pensando como nosotros en el futuro de la humanidad.
Tarapoto, 05 de junio de 2010.
Soc. Rubén Reátegui Sánchez
E-mail: rreateguis@hotmail.com
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