Escrito por Miguel Silva Blanco
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El conglomerado humano se traslada a los cementerios haciendo gala de
la costumbre y tradición que se mantienen en cada pueblo: "voces
desentonadas, humareda de tabaco, rosarieros por doquier, conjugan el
camposanto. Tumbas cubiertas de grama, cruces de madera con textos casi invisibles,
lujosos adornos florales y lápidas doradas, evidencian diferencias
sociales".
Ha llegado el "Día
de los Muertos", y con ello, una tradición en la que las
almas de los difuntos regresan al mundo de los vivos, en
tanto, los vivos vuelven a evocar y rememorar a los seres queridos que por
causas naturales o accidentales partieron a la eternidad y que yacen en la
retentiva u olvido con el paso del tiempo.
El Día de los Difuntos, es una costumbre popular de visitar los
cementerios: encender velas, limpiar las tumbas y echar agua bendita. Es
también una oportunidad para el comerciante de acrecentar sus ingresos, pero
también una preocupación para las familias; hay que preparar las ofrendas: los
bollos, comidas, pago a rosarieros, pintar lápidas y rejillas y comprar los
adornos florales.
En esta fecha, el conglomerado humano se traslada a los cementerios
haciendo gala de la costumbre y tradición que se mantienen en cada
pueblo: "voces desentonadas, humareda de tabaco, rosarieros por
doquier, conjugan el camposanto. Tumbas cubiertas de grama, cruces de madera
con textos casi invisibles, lujosos adornos florales y lápidas doradas,
evidencian diferencias sociales".
Recordar a nuestros seres queridos es una acción justa y necesaria por
sus acciones y actitudes en vida. El homenaje a ellos, debería realizarse
durante su existencia. Sin embargo, muchos de nosotros hacemos memoria de
ellos, solo en esta fecha, es decir, una vez al año.
El homenaje a nuestros seres amados, está en que sus acciones y hechos
permanezcan y perduren en la memoria del tiempo de cada uno.
La vida o muerte en la eternidad de nuestros seres queridos depende de
nosotros. El sentimiento y respeto que guardemos por ellos prescribirá su
existencia o extinción; porque, aunque visitemos una y mil veces el camposanto,
echemos en pecho melancólicos salmos o saturemos con perfumadas flores las
tumbas, somos conscientes que bajo las suntuosas lápidas u olvidados sepulcros
cubiertos de grama, solo es un cementerio, de esqueletos y calaveras.
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