Ingº Luis Humberto López Lozano
El mayor terremoto registrado en la historia de Japón ha causado más de 22 mil víctimas, entre muertos y desaparecidos. Se considera que será necesario por lo menos cinco años para curar las heridas de la tercera economía del mundo, pues los daños presentados se estiman en 300 mil millones de dólares.
En este sombrío panorama encontramos cientos de fábricas sin funcionar, cortes de energía y comunicaciones que están afectando a millones de personas y restricciones en el abastecimiento de agua, comida y escases de combustibles.
La catástrofe ha provocado la evacuación de más de medio millón de ciudadanos. La naturaleza no solo hizo temblar el suelo japonés con una intensidad de 8.9 en la escala de Richter sino que, además, provocó un tsunami de proporciones desconocidas.
Una ola de 10 m. barrió la zona costera afectando a muchos centros poblados, y agravando los daños en puntos críticos como en la central nuclear de Fukushima.
Los efectos son tan preocupantes que ahora en Tokio existe el riesgo de consumir agua con el doble del nivel de yodo radiactivo considerado seguro para los bebés.
Si bien la pérdida de vidas humanas y el trauma de millones de laboriosos y estoicos habitantes del país del sol naciente son irreparables, Japón ha dado al mundo una valiosa lección de orden disciplina y solidaridad.
Los daños son enormes, no hay duda, pero debemos entender la lección: ningún otro país en el mundo hubiera podido soportar mejor un sismo de esa intensidad y un tsunami con olas de fuerza incontrolable. Recordemos el sismo de Haití con más de 200 mil muertes y con una intensidad de 7.3 en la escala de Richter.
Han pasado casi 90 años desde el terremoto de Kento, en 1923. El sismo tuvo una intensidad de 7.8 en la escala de Richter, destruyó la ciudad portuaria de Yokohama así como las prefecturas vecinas de Chiba, Kanagawa, Shizuoka y Tokio.
Se estima que al menos 105,385 personas murieron y otras 37 mil quedaron desaparecidas. Recordemos que la diferencia entre grados de 8.9 y 7.8 es enorme.
Japón aprendió la lección de Kento. A pesar de los efectos de la Segunda Guerra Mundial, su desarrollo económico y social, así como el impulso a una educación de calidad y gran esfuerzo en ciencia, tecnología e innovación, el país asiático logró durante muchos años seguir a los Estados Unidos como la segunda economía mundial. Tiene las mejores condiciones para su recuperación.
Al otro lado del Pacífico, nosotros seguimos soñando despiertos en nuestras fortalezas: el territorio, su biodiversidad, la historia, nuestra gente y sus costumbres, la gastronomía y el espíritu emprendedor, entre otros muchos temas por lo que debemos enorgullecernos.
Pero aún así debemos preguntarnos: ¿Estamos preparados para un sismo severo? ¿Tenemos ahora un diseño organizacional para actuar, antes, durante y después de un evento? ¿Disponemos de un desarrollo institucional adecuado? ¿Existen los presupuestos respectivos? ¿Nuestros sistemas vitales: agua, energía, alcantarillado, telecomunicaciones, puertos, aeropuertos y carreteras, entre otros están seguros? ¿Tenemos soluciones alternativas?.
Además, cuestionamos, ¿qué se está haciendo para reducir la vulnerabilidad de nuestras edificaciones en las zonas urbanas y rurales? ¿Tenemos organizados los centros para atención a la emergencia (hospitales, acopio de alimentos, agua y medicinas), viviendas temporales, etc?.
No hay duda que actuar en los buenos tiempos siempre es mejor. Ampliar y mejorar los sistemas vitales y reforzar edificaciones es dar trabajo y trasmitir la alegría de la construcción.
Actuar dramáticamente en calles, barrios y ciudades entre los escombros y con miles de rostros de dolor, no tiene sentido si se puede prevenir y reducir la vulnerabilidad del país. Están en riesgo no solo vidas humanas sino también la competividad del Perú.
Hace un año, con esta finalidad, propusimos destinar mil millones de dólares para llegar al 2021 con un país mejor. ¡No hay tiempo que perder!
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