jueves, 24 de febrero de 2011

Análisis: La escuela de Chiclin

La familia Larco Herrera, propietarios de la hacienda, tuvo siempre la noble preocupación de atender con esmero la educación de los hijos de sus trabajadores, para ello fundan en 1896 la Escuela Elemental Particular Mixta de Chiclin; convencidos de que el futuro del país estaba en manos de la juventud y de su educación.

Con el tiempo la subdividieron en secciones: ‘Aguirre’, donde se impartía educación preparatoria, ‘Fajardo’, para materias de segundo y tercer año, ‘Fanning’, cuarto y quinto año de primaria, la ‘Bolognesi’, funcionaba como escuela nocturna para los niños que tenían la necesidad de trabajar de día y para las niñas que podían ser retenidas en casa por sus obligaciones.
Desde sus inicios se implantó por primera vez como estrategia de trabajo la coeducación, un sistema formativo que se empleaba en Norteamérica y Europa; para ello funcionaba ‘El Taller’, donde complementaban su educación los que egresaban de la primaria. A las niñas las preparaban para conducir su hogar con cursos de puericultura, con un plan práctico y suficiente para el mejor cuidado del niño, además de costura, zurcido, bordado, sombrerería, tejidos de junco y repostería.
Al poco tiempo la dotan de un Kindergarten con los implementos pedagógicos más adelantados de la época como la colección infantil de los famosos dones de Froebel, traídos de EE.UU. Deseosos de contar con una plana docente de gran vocación pedagógica no escatimaron esfuerzos para tener la mejor de la época, contándose entre sus más insignes integrantes a Elvira García y García, cuyas fructíferas reformas, saludables enseñanzas y consejos, contribuyeron a mejorar la educación. María Negrón Ugarte como Inspectora General evaluaba el avance de las materias programadas, y la valiosa presencia de las hermanas Emilia y Victoria García Bonifatty, fundadoras de los primeros jardines de la infancia del Perú en las décadas germinales del siglo XX.
Semanalmente y con la guía de los profesores se celebraban todas las fechas clásicas y nacionales, saludando a la bandera nacional y entonando himnos patrióticos; rindiendo culto a Dios ante el monumental Cristo de la paz, y honrando al trabajo en su simbólica escultura, traída desde Italia para homenajear a quiénes detrás de las trincheras del deber no sucumbieron a las huelgas que azotaron el valle de Chicama. Los festejos continuaban con una velada en el cine teatro Patria con el ánimo de contribuir al fomento de la educación cívica y artística de los niños; se impartían, además, conversaciones ilustradas para estimular la inteligencia, el espíritu, el interés de los escolares y la colectividad.
Sin ningún costo recibían desayuno diariamente, proporcionado por la compañía consistente en una taza de té, magnífica leche, pan y hasta un trozo de caña de azúcar. La inspectora, las profesoras y el médico revisaban periódicamente la salud de los educandos. Se reforzaba su salud en el refectorio escolar, se otorgaban premios para reconocer el aprovechamiento y la conducta de los alumnos más destacados; se construyó para su recreo y expansión benéfica un parque de diversiones con juegos y aparatos de gimnasia: Mente sana en cuerpo sano.
Por ser un ente particular los ex alumnos para oficializar sus certificados y seguir estudios superiores los revalidaban en el despacho de la Inspección de Educación de Trujillo, surgiendo la necesidad de darle valor oficial y otorgarlos directamente en la localidad sin trámites engorrosos. El señor Rafael Larco Herrera tramita un expediente ante el Ministerio de Educación solicitando el reconocimiento oficial del plantel y proponiendo una plana docente de primer orden, infraestructura y material didáctico adecuado.
Sin mayor demora emiten la Resolución Directoral No 6899 de fecha 18-11-41 otorgándole oficialidad y nombrando como su primer director al Sr. Carlos Osorio Gálvez; como auxiliares a las señoritas Helena Husted de Osorio, Flor Florián Saldaña, Mercedes Aguilar de Vidal, Rosa Bazán Castillo, Carlos Vidal Farmaki y Mercedes Bazán Castillo.
Por. Daniel Terrones Valverde
Instructor de Educación

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