Luis Ordóñez
Si el Perú es grande y maravilloso, por los recursos y su gente; análogamente es la región San Martín. La región San Martín cuenta con ingentes recursos naturales: suelo rico, sin el cual, no habría el hermoso follaje verde; agua en los ríos Huallaga, Huayabamba, Saposoa, Sisa, Mayo; en las lagunas de Sauce, Yanayacu, en cientos de quebradas y riachuelos; bosques llenos de riqueza viviente, con especies vegetales diversos; aire puro, mediante la fotosíntesis el bosque atrapa el CO2 y libera el oxígeno que respiramos; animales silvestres diversos, desde los insectos, roedores y cuadrúpedos como la Sachavaca.
La región San Martín también tiene recursos arqueológicos de la cultura Chachapoya; recursos antropológicos como la cultura lamista; recursos mineros como en Sacanche y el alto Huayabamba.
También cuenta con una inimaginable riqueza de su gente. Podría presumirse que existe una sapiencia heredada de la cultura Chachapoya, pues, nosotros somos peruanos advenedizos en éste ubérrimo edén patrio, donde ellos ya han vivido, en estricta concordancia con las exigencias agroecológicas.
No en vano, nuestros antepasados Chachas, han construido gran cantidad de terrazas, empleadas para la agricultura y la conservación del suelo. Luego de levantar el muro de piedras talladas, que además de resistente es hermoso, los Chachas llenaban ese vacío con suelo agrícola. Lógicamente, ese suelo tendría que ser preparado con tierra negra y materia orgánica (vegetal y/o animal), excento de material extraño (piedras). Imaginémonos el trabajo desplegado solamente para construir algunas decenas de muros de piedras muy bien talladas; ahora, la colocación de suelo agrícola: No solamente se requiere de alta ingeniería, por que los muros fueron hechos muy sólidos, a curvas de nivel y a una altura acorde al grado de pendiente del terreno. El suelo agrícola se llenaba hasta la altura del muro, formándose una planicie, una llanura, donde se hacía la práctica de la agricultura, para la producción de los alimentos. Estas terrazas estaban construídas alrededor del cerro (en cuya cima se erigía la ciudadela, donde vivía la población). Entonces, la terraza también tenía como propósito defender del ataque de animales feroces y de los enemigos de otras comunidades como los Incas. Además, estas terrazas, por la forma plana que tenían, amortiguaban la caída de las aguas de lluvia, que bajaban desde la parte alta. Pero también, almacenaba el agua de lluvia vital para la producción de las plantas cultivadas, por la materia orgánica que contenía.
La región San Martín también tiene recursos arqueológicos de la cultura Chachapoya; recursos antropológicos como la cultura lamista; recursos mineros como en Sacanche y el alto Huayabamba.
También cuenta con una inimaginable riqueza de su gente. Podría presumirse que existe una sapiencia heredada de la cultura Chachapoya, pues, nosotros somos peruanos advenedizos en éste ubérrimo edén patrio, donde ellos ya han vivido, en estricta concordancia con las exigencias agroecológicas.
No en vano, nuestros antepasados Chachas, han construido gran cantidad de terrazas, empleadas para la agricultura y la conservación del suelo. Luego de levantar el muro de piedras talladas, que además de resistente es hermoso, los Chachas llenaban ese vacío con suelo agrícola. Lógicamente, ese suelo tendría que ser preparado con tierra negra y materia orgánica (vegetal y/o animal), excento de material extraño (piedras). Imaginémonos el trabajo desplegado solamente para construir algunas decenas de muros de piedras muy bien talladas; ahora, la colocación de suelo agrícola: No solamente se requiere de alta ingeniería, por que los muros fueron hechos muy sólidos, a curvas de nivel y a una altura acorde al grado de pendiente del terreno. El suelo agrícola se llenaba hasta la altura del muro, formándose una planicie, una llanura, donde se hacía la práctica de la agricultura, para la producción de los alimentos. Estas terrazas estaban construídas alrededor del cerro (en cuya cima se erigía la ciudadela, donde vivía la población). Entonces, la terraza también tenía como propósito defender del ataque de animales feroces y de los enemigos de otras comunidades como los Incas. Además, estas terrazas, por la forma plana que tenían, amortiguaban la caída de las aguas de lluvia, que bajaban desde la parte alta. Pero también, almacenaba el agua de lluvia vital para la producción de las plantas cultivadas, por la materia orgánica que contenía.
PERUANOS OLVIDADOS
Luis Ordóñez
Este libro es una vívida narración de las aventuras y peripecias de un grupo de jóvenes ingenieros en su trabajo cotidiano en el valle del río Ene.
En sus páginas, el lector encontrará muchas notas de nostalgia y melancolía. Sin embargo, tales no pueden ocultar un profundo sentimiento de esperanza: el anhelo de cumplir con los sueños y proyectos que avivaron el trabajo de estos “peruanos olvidados”.
Luis Ordóñez Sánchez, es un joven ingeniero que vuelca aquí la riqueza de sus valiosas experiencias de trabajo. Además así revela un conocimiento cabal de la realidad de la región, puesto ya de relieve con su anterior libro El valle del río Ene.
Peruanos olvidados, es una narrativa que nos conduce a penetrar en el pensamiento y sentimiento de las personas, que en algún momento fueron protagonistas del encuentro de dos culturas en la profundidad de la selva del valle del río Ene, en la década del ochenta.
Ya se había desencadenado una serie de enfrentamientos aislados entre los colonos ayacuchanos que ingresan al valle con fines colonizadores y los nativos que pasiblemente posesionaban esas tierras por tiempos inmemoriales. El gobierno del Presidente Belaúnde, al enterarse de tales circunstancias, dispone el ingreso de un grupo de técnicos, para de una vez realizar los trabajos de campo con fines de titulación de los territorios de las comunidades nativas. De esa manera, frenar en parte el desenfrenado ingreso de los agricultores.
Los nativos ya estaban enojados. Se organizaron para evitar el ingreso de más personas colonas; e inclusive, no permitir la llegada de ningún funcionario del estado, por que son ellos los absolutos responsables de ésta invasión de gente foránea; pues, han llegado al valle una gran cantidad de brigadas de técnicos e ingenieros a titular sus territorios y sin embargo, ninguno ha sido titulado. En terrenos libres cualquier persona puede trabajar. Pero, no son libres, son terrenos posesionados por los nativos. Ah, qué documento le ampara a tal o cual comunidad para creerse propietario del terreno. Nada, no tienen documento. Entonces son terrenos libres. Además, son “ociosos”, por eso esas montañas están sin trabajar.
Nosotros no somos personas ociosas, nosotros cuidamos a nuestros bosques, por que no queremos solamente para nosotros, sino para las generaciones futuras.
En fin, el desarrollo de la vida de los nativos, de los colonos y del grupo de ingenieros es azarosa, difícil. Casi todos los habitantes sufren de alguna enfermedad como el paludismo, UTA, fiebre tifoidea, parasitosis. Carecen de medicinas. Luego la subversión acrecienta los padecimientos de la vida de aquellos peruanos olvidados.
Este libro es una vívida narración de las aventuras y peripecias de un grupo de jóvenes ingenieros en su trabajo cotidiano en el valle del río Ene.
En sus páginas, el lector encontrará muchas notas de nostalgia y melancolía. Sin embargo, tales no pueden ocultar un profundo sentimiento de esperanza: el anhelo de cumplir con los sueños y proyectos que avivaron el trabajo de estos “peruanos olvidados”.
Luis Ordóñez Sánchez, es un joven ingeniero que vuelca aquí la riqueza de sus valiosas experiencias de trabajo. Además así revela un conocimiento cabal de la realidad de la región, puesto ya de relieve con su anterior libro El valle del río Ene.
Peruanos olvidados, es una narrativa que nos conduce a penetrar en el pensamiento y sentimiento de las personas, que en algún momento fueron protagonistas del encuentro de dos culturas en la profundidad de la selva del valle del río Ene, en la década del ochenta.
Ya se había desencadenado una serie de enfrentamientos aislados entre los colonos ayacuchanos que ingresan al valle con fines colonizadores y los nativos que pasiblemente posesionaban esas tierras por tiempos inmemoriales. El gobierno del Presidente Belaúnde, al enterarse de tales circunstancias, dispone el ingreso de un grupo de técnicos, para de una vez realizar los trabajos de campo con fines de titulación de los territorios de las comunidades nativas. De esa manera, frenar en parte el desenfrenado ingreso de los agricultores.
Los nativos ya estaban enojados. Se organizaron para evitar el ingreso de más personas colonas; e inclusive, no permitir la llegada de ningún funcionario del estado, por que son ellos los absolutos responsables de ésta invasión de gente foránea; pues, han llegado al valle una gran cantidad de brigadas de técnicos e ingenieros a titular sus territorios y sin embargo, ninguno ha sido titulado. En terrenos libres cualquier persona puede trabajar. Pero, no son libres, son terrenos posesionados por los nativos. Ah, qué documento le ampara a tal o cual comunidad para creerse propietario del terreno. Nada, no tienen documento. Entonces son terrenos libres. Además, son “ociosos”, por eso esas montañas están sin trabajar.
Nosotros no somos personas ociosas, nosotros cuidamos a nuestros bosques, por que no queremos solamente para nosotros, sino para las generaciones futuras.
En fin, el desarrollo de la vida de los nativos, de los colonos y del grupo de ingenieros es azarosa, difícil. Casi todos los habitantes sufren de alguna enfermedad como el paludismo, UTA, fiebre tifoidea, parasitosis. Carecen de medicinas. Luego la subversión acrecienta los padecimientos de la vida de aquellos peruanos olvidados.
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